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Periódico / Internacional

Jueves 27 de agosto de 2009

Centroamérica

Honduras: los jefes de los golpistas están en Washington

Por Claudia Cinatti


A un mes del golpe de Estado que derrocó al presidente Zelaya, el gobierno de facto de Micheletti sigue en funciones. Esto a pesar del amplio repudio internacional y de las movilizaciones de trabajadores, campesinos, estudiantes y sectores populares hondureños que día tras día vienen enfrentando el golpe con cortes de ruta y paros, como el del magisterio, desafiando el toque de queda y la represión.

Si Micheletti sigue en el poder no es sólo por contar con el apoyo del conjunto de las instituciones del régimen hondureño y de las Fuerzas Armadas, sino, en primer lugar, porque el gobierno de Obama lo ha permitido. Primero, el embajador norteamericano estuvo conspirando junto con los golpistas hasta la misma salida de Zelaya. Luego, cuando la movilización antigolpista venía en ascenso, impulsaron la “mediación” del presidente de Costa Rica, Óscar Arias, poniendo en igualdad de condiciones a Zelaya y los golpistas e imponiendo una “salida” que, entre otros puntos, bloqueaba toda perspectiva de convocatoria a una Asamblea Constituyente, cuestión a la que EE.UU. se opuso desde el vamos. La OEA aceptó esta política de dejar todo en manos de Obama y Hilary Clinton, lo mismo que el propio Zelaya, que aceptó los términos de la salida planteada por Arias.

Más allá de la retórica, la OEA actuó en los hechos como un verdadero “ministerio de colonias” de Estados Unidos: en las palabras emitió una dura declaración contra el golpe, se negó a reconocer al gobierno de Micheletti y exigió el retorno inmediato de Zelaya a la presidencia; en los hechos fue parte de la política de Obama y Hillary Clinton de legitimar el gobierno de Micheletti tratándolo como un “interlocutor válido” y dándole tiempo para consolidar su frente interno y ganar aliados entre la derecha republicana de Estados Unidos y de la región.

Según algunos medios, el plan de la mediación de Arias, surgió de un acuerdo entre Obama y el presidente brasilero Lula Da Silva, el principal aliado de Obama en América Latina para neutralizar el peso de Chávez y mantener la estabilidad en la región. Como plantea un periodista, “Como Lula quería que Zelaya volviera y Obama quería que no se quedara, consensuaron en Moscú que Zelaya volvería pero no se quedaría” (Página12, 26-7-09). Esto expresaba la posición del gobierno de Obama, que coincidía con los golpistas en el objetivo de poner fin al proyecto de Zelaya y evitar la convocatoria a una Asamblea Constituyente, pero no podía reivindicar la metodología del golpe de Estado, ya que dificultaría su política de cambiar la imagen del imperialismo norteamericano respecto de la política exterior del gobierno de Bush. A esta política, más allá de los discursos, se subordinaron todos los gobiernos de la región, incluidos Chávez, Evo Morales y el resto de los integrantes del bloque del ALBA.

El plan Obama- Clinton -Arias es a todas luces reaccionario: en primer lugar legitima a los golpistas, poniendo en igualdad de condiciones a Zelaya con quienes recurrieron a las fuerzas armadas para derrocarlo. En segundo lugar, impone tantas condiciones al retorno de Zelaya que lo transforman de hecho en un bufón de los golpistas: según la última versión de la oferta de diálogo, conocido como “Acuerdo de San José”, que ahora volvió a estar en discusión como una salida posible, Zelaya volvería a la presidencia pero no podría nombrar sus ministros, sino que se establecería un gobierno de “unidad nacional” (sí, con los que dieron el golpe), además se garantizaba la impunidad para los golpistas y Zelaya se comprometía a renunciar a la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Zelaya, que ha confiado su suerte a los buenos oficios del imperialismo norteamericano, aceptó estas condiciones humillantes, que implicaban su rendición en toda la línea. Sin embargo, fueron los golpistas quienes rechazaron el acuerdo y se negaron a hacer la más mínima concesión, reiterando su política de no aceptar el retorno de Zelaya, excepto para que enfrente a la justicia golpista ante la que está acusado de varios crímenes políticos, entre ellos, el de intentar convocar a una Asamblea Constituyente.

La nueva vuelta fallida de Zelaya

Tras el fracaso de la mediación de Arias y ante la perspectiva cierta de que con el tiempo el golpe termine por naturalizarse, Zelaya optó por aumentar la presión para lograr que el gobierno de Micheletti acepte la negociación propuesta por Washington y Arias, instalándose desde el 24 de julio en la frontera entre Nicaragua y Honduras.

Antes esto Hillary Clinton no vaciló en calificar de “imprudente” esta acción de Zelaya, favoreciendo así el discurso de los golpistas. Y esto más allá que lo hecho por Zelaya ha tenido un contenido principalmente simbólico, ya que evitó en todo momento confrontar con los militares golpistas, retirándose al pueblo nicaragüense de Las Manos donde aún permanece con un puñado de seguidores. Esta acción simbólica de Zelaya coincidió con un aumento de la presión regional y norteamericana para hacer que el gobierno de Michele-tti retorne al diálogo y poder darle así una resolución a la crisis política en los marcos del “Acuerdo de San José”.

El gobierno de Obama busca así lograr la salida que más favorece a sus intereses y, al servicio de la misma, han estado los gestos diplomáticos de la última semana, como el que se expresó en la cumbre de presidentes del Mercosur el 24 de julio. En ella se repudió nuevamente el golpe y se adelantó que no se reconocería ningún gobierno que surgiera de elecciones convocadas por los golpistas. A esto se sumó la declaración del ejército hondureño redactada según los medios en Estados Unidos, en la que declara el apoyo de las fuerzas armadas a los “Acuerdos de San José”. Finalmente, el gobierno estadounidense, que hasta el momento no había tomado ninguna medida concreta contra el gobierno de facto (ni siquiera retiró su embajador de Honduras) decidió retirarles la visa diplomática a cuatro figuras del régimen de facto, como una señal simbólica de que Washington prefiere que se acepten los términos establecidos por la “mediación” de Arias.

La política de Chávez

A pesar de sus discursos antiimperialistas, la verdadera política de Hugo Chávez ante el golpe de Honduras fue dejar la resolución de la crisis en manos del gobierno de Obama. Esto es lo que explica que los sectores “bolivarianos” no hayan impulsado la movilización de masas contra el golpe en el continente. Según una nota aparecida en el diario argentino Página 12, la política ante el golpe en Honduras produjo “el mayor acercamiento diplomático entre Venezuela y Estados Unidos que se haya conocido hasta el momento, según confió una fuente que presenció el trabajo conjunto, acercamiento que ambos gobiernos prefieren ocultar por razones obvias de política doméstica: Chávez es mala palabra en Estados Unidos y Estados Unidos es mala palabra en la Venezuela chavista” (Página 12, 26/7/09). Tanto es así que ni Chávez ni Evo Morales asistieron a la reunión de la OEA del 4 de julio en la que por primera vez se discutieron las medidas que tomarían los gobiernos latinoamericanos contra el golpe de Estado. En esa reunión, EE.UU., Panamá y otros países se opusieron al retorno de Zelaya a Honduras y de esa manera la OEA no avaló oficialmente al intento de retorno de Zelaya que viajó el 5 de julio, cuando fueron asesinados dos manifestantes en el aeropuerto de Tegucigalpa. Chávez permitió inicialmente que se desarrollara la mediación de Arias, y sólo cuando era evidente que Micheletti no iba a hacer concesiones, salió a decir que el diálogo era un fracaso y a criticar a Hillary Clinton por negarse a definir al golpe de Estado como tal, exigiéndole a Obama que se ponga al frente y que tome alguna medida contra los golpistas.

En síntesis, la política de Chávez y del bloque del ALBA no fue organizar medidas efectivas en el continente, llamar a movilizar en toda América Latina, organizar el boicot económico al gobierno golpista y denunciar que la política imperialista fortalecía a Micheletti y a la derecha continental, legitimando futuros intentos de destituir gobiernos cuando ven amenazados sus intereses. Por el contrario, su política fue generar expectativas en que el gobierno de Obama puede significar un cambio favorable para la región en lugar de denunciar que, más allá de cambios formales, Obama defiende los intereses del imperialismo norteamericano y que es necesario desarrollar la movilización antiimperialista y en solidaridad con la lucha del pueblo hondureño en todos los países de América Latina, empezando por la organización de un boicot efectivo a los golpistas en Centroamérica.

Movilización independiente para derrotar a los golpistas

La política de Zelaya ha sido la de confiar en una salida negociada auspiciada por el imperialismo norteamericano, el mismo que mantiene sometida a Honduras a una relación prácticamente colonial y que ha usado su territorio y sus relaciones con militares y empresarios para llevar adelante sus políticas contrarrevolucionarias, como el ataque a la revolución nicaragüense en la década de 1980, y donde aún hoy conserva la base militar de Soto Cano. Esta estrategia está condenada al fracaso y sólo permite que se envalentone la derecha. La importante experiencia que están haciendo los trabajadores y los sectores populares hondureños que están enfrentando el golpe deja en claro que la única perspectiva realista para derrotar el golpe es repudiar toda negociación con los golpistas y profundizar la movilización de los trabajadores, los campesinos, los estudiantes y los explotados y oprimidos de Honduras, generalizar los piquetes y los cortes de ruta, organizar una verdadera huelga general indefinida y preparar la autodefensa para resistir la represión de las fuerzas armadas. El Frente Nacional de Resistencia contra el Golpe sigue planteando entre sus demandas la realización de una Asamblea Constituyente. Sólo profundizando el camino de la movilización independiente será posible imponer una Asamblea Constituyente revolucionaria que ponga en discusión la organización del país, la ruptura de su subordinación al imperialismo y que permita desarrollar la lucha por un gobierno obrero y campesino basado en organismos de autodeterminación de masas.





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