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Jueves 18 de septiembre de 2008

Wall Street lucha por sobrevivir

EE.UU. al borde del crack

Por: Juan Chingo


Tal vez se salve, no se puede descartar. Las autoridades norteamericanas y los bancos centrales del mundo entero están haciendo lo imposible, aunque arrastrados por los acontecimientos. Pero nunca desde la crisis del 1929, la economía norteamericana estuvo tan cerca del crack. Como dijo el ex presidente de la FED, Alan Greenspan, son fenómenos que suceden “una vez en medio siglo, probablemente una vez en un siglo”.

La crisis ya ha liquidado el dogma neoliberal de que el mercado lo arregla todo. Pero también, contra lo que sostienen algunos economistas neokeynesianos, esta crisis no es producto del “neoliberalismo”, en realidad, la hipertrofia financiera en derrumbe es un subproducto de la única salida capitalista posible a la crisis de sobreacumulación de capitales que tiene lugar desde el fin del boom de la posguerra.

Las caídas de los pesos pesados de las finanzas norteamericanas como Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión de EEUU y que había sobrevivido a la Guerra Civil, las dos Guerras Mundiales y la Gran Depresión, Merrill Lynch, que tiene 94 años de existencia, o el colosal salvataje de la gigantesca aseguradora AIG sólo pueden llevar a un mayor descrédito de la ideología de “libre mercado” de la clase dominante norteamericana, como así también a su sistema político y económico, hasta hace poco presentado como la panacea capitalista en todo el mundo.

La FED por detrás de los acontecimientos

Las autoridades de la Reserva Federal (FED por la abreviatura de su nombre en inglés) y el Tesoro norteamericano, los únicos “pilotos” que quedan en medio del devastador huracán financiero, marchan a remolque de la fenomenal onda de choque.

La semana pasada, constreñidos por el rol de los gigantes Fannie Mae y Fredy Mac en el mercado inmobiliario y, sobre todo porque su caída hubiera hundido a los inversores extranjeros como China, Rusia o Japón que financian el enorme déficit de cuenta corriente de EEUU, realizaron la llamada “madre de todos los rescates”. Este fin de semana, queriendo en apariencia restablecer las reglas del mercado mientras pedían de rodillas a los pocos bancos “medio sanos” que hay en el país que salven a los “malos” ya sea comprándolos o siguiendo haciendo negocios con ellos, dejaron caer al Lehman Brothers, lo que precipitó a su vez la venta de Merrill Lynch al Bank of America, en un acto de desesperación antes de que esta entidad corriera la misma suerte. El desarrollo sin precedentes - hasta hace poco impensable - de la posibilidad de un default del gobierno norteamericano, que aunque en bajas proporciones comenzó a ser valorado por los mercados crediticios, rondaba también sobre la cabeza de Henry Paulson, secretario del Tesoro, para adoptar este curso. Pero la Reserva Federal, a dos días de este supuesto “marcar la raya” en los masivos rescates estatales a última hora del martes y con aval del tesoro, salió a ofrecer un préstamo de 85.000 millones de dólares para evitar la quiebra de la principal aseguradora del mundo, AIG, nacionalizando de hecho el mercado de seguros, aunque, contrariamente a lo esperado, sin calmar a los mercados. A su vez, por otras vías siguen abriendo aún más la canilla de liquidez con medidas cada vez más desesperadas como es el rebajar la calidad crediticia de los activos admitidos a descuento en las ventanas de liquidez de la Reserva Federal, hasta incluir valores de renta variable, e incluso permitir que las entidades puedan usar los depósitos de sus clientes para financiar su banca de inversión. Es decir, utilizar los depósitos de los ahorristas para evitar la quiebra de sus actividades especulativas. ¡Increíble!

Sin embargo, a pesar de estas “medidas de contención”, la crisis no para y promete llevarse puesta a nuevos bancos. Es que la quiebra de Lehman puede iniciar una corrida sobre lo que queda de la banca de inversión como Goldman Sachs o Morgan Stanley u otros bancos de inversión o brokers que son parte de grandes bancos comerciales como por ejemplo el JP Morgan y el Citigroup. Los problemas se repiten en otras entidades como Washington Mutual (WaMu), cuyas acciones cayeron en picada, al desconfiar los inversores de la capacidad de la principal caja de ahorros estadounidense para captar nuevo capital o encontrar un comprador que le permita continuar con su negocio. A su vez, otra de las entidades financieras sobre las que el mercado centra sus preocupaciones es Wachovia, uno de los bancos comerciales más grande y que ha sufrido pérdidas por 16.000 millones de dólares, como consecuencia de la crisis crediticia originada por las hipotecas basura. Esto, sin nombrar a los miles de bancos locales o regionales que podrían quebrar. Como se ve, no hay segmento del sistema financiero norteamericano que se salve en la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión y que ha disparado a la vez el mayor proceso de concentración y centralización de capital bancario y financiero desde los años 1930. Dicho en criollo, estamos frente a la supervivencia del más fuerte ya sea mediante la quiebra de las entidades con menor base de capital o la absorción y la creación de megaentidades como el Bank of America, que ya había absorbido la hipotecaria Countrywide Financial y ahora se quedó con el banco de inversión, Merrill Lynch, que tiene un tentáculo en todos los sectores del sistema financiero norteamericano. Aunque aún está por verse si esto ha sido un buen negocio o si, por el contrario, los títulos basura (tóxicos, en el lenguaje financiero de estos días) que han recibido de las entidades en problemas compradas podrían atormentar a sus nuevos dueños, erosionando sus ratios (o base) de capital. Cuestión, que de darse, abriría una perspectiva aun más ominosa para el conjunto del sistema financiero ya que, cuantos más megagigantes bancarios se formen como resultado de la crisis, más fuerte puede ser su caída.

A su vez, el descalabro del principal banco hipotecario del Reino Unido, HBOS, en conversaciones con su rival británico Lloyds TSB, muestra que la crisis financiera no se limita a EE.UU. Los temores de que HBOS no pueda refinanciar 100.000 millones de libras en los próximos meses ni encontrar fondos para hacerlo en las actuales condiciones del mercado han puesto en estado de coma a esta compañía.

La culpable no es la regulación “deficiente”, sino la insaciable sed de ganancias

El actual descalabro de la banca de inversión y su carácter opaco, han dado lugar al surgimiento de una serie de analistas que, frente a la hipertrofia y mayor sofisticación del sistema financiero, culpa a los organismos reguladores por manejarse con una lógica liberal y no estar a la altura de la necesidad de imponer un fuerte control a estas prácticas bancarias. Esta explicación ignora las causas reales y es a su vez una visión interesada de los apologistas del sistema, hoy en retirada, que naturaliza al capitalismo y considera que el único problema son sus excesos. Sin embargo la explicación es otra.

El desarrollo de la banca de inversión y la securitización o titulización que la acompañó como la sombra al cuerpo, en otras palabras, la transformación de todo crédito en un título negociable, que creció exponencialmente desde hace treinta años desde el comienzo de la ofensiva neoliberal, fueron acciones del capital (más precisamente del capital en tanto propiedad) de someter y limitar la autonomía de la parte productiva del capital (más precisamente al capital en función) para aumentar los rendimientos del capital invertido. La titulización universal que se generó en detrimento del rol intermediador de la antigua banca hacia una financiación más directa seguía la lógica de no estar atado a la gestión de los activos reales para buscar en forma permanente el mejor rendimiento. La creciente exposición al riesgo, incluso con una pequeña base de capital, o el hecho de que gran parte de la expansión de productos y servicios financieros en los últimos cinco años encontrara su origen en transacciones entre entidades financieras (brutal desarrollo del capital ficticio) no debe dejar de hacernos ver que el motivo central de tales cambios en el sistema financiero fue aumentar la presión sobre la gestión de las empresas, aprobando o sancionando mediante la compra y venta de acciones el comportamiento de las mismas. La crisis de las hipotecas subprime (o mejor dicho el carácter subprimarizado del sistema financiero norteamericano) ha puesto sobre la picota esta forma de crecimiento que tuvo la clase dominante norteamericana como forma de recuperar la caída de rentabilidad que la asoló en 1970 cuando se agotaron los efectos benéficos del boom de la posguerra. Esta forma de crecimiento ha puesto de manifiesto el carácter frágil e inestable del actual sistema financiero basado en la diversificación y el arbitraje de los inversores entre los diversos lugares como forma de obtener superganancias, lo que a su vez arriesga la viabilidad del sistema financiero en su conjunto como muestra la actual crisis financiera, la más importante desde el crack del 29.

La desregulación de las operaciones de las grandes corporaciones aprobadas tanto por los gobiernos republicanos como demócratas fueron removiendo todos los límites legales a la obtención de ganancias e impulsando la acumulación de niveles de riqueza cada vez más obscenos en manos de una oligarquía financiera, a la que ambos partidos responden. Como parte de este proceso se liquidaron importantes sectores de la base industrial norteamericana, relocalizando la producción en zonas de mano de obra barata que permitiera obtener superganancias y dando lugar a una descomunal desigualdad social en beneficio de los sectores más acomodados de la sociedad, una de las bases estructurales de la declinación histórica del capitalismo norteamericano.

¿Ya se tocó fondo?

Aún es muy prematuro para saber si se evitará un crack. Wall Street no ha visto la bancarrota de un banco de inversión desde la caída del Drexel Burnham Lambert en 1990 y, hoy en día, las interconexiones del sector a través del mercado de derivados han crecido más allá de todo límite. La deuda de los grupos financieros norteamericanos a sus pares se ha duplicado desde comienzos de los 90, alcanzando un 112% del PBI norteamericano. La quiebra de Lehman supone la incapacidad de la firma para hacer frente a sus pagos corrientes, la paralización de su actividad ordinaria y la entrada en un proceso de liquidación de activos con consecuencias impredecibles. Estamos hablando de 600.000 millones de dólares a junio con una notable exposición a titulizaciones hipotecarias de dudoso valor intrínseco y cuyo mercado se ha contraído hasta el punto de ser casi inexistente. El ajuste a precios de mercado (“mark to market”), que puede derivarse del proceso de desinversión forzada del banco de inversión norteamericano, puede ser demoledor para el resto de sus comparables, salvo que las autoridades sigan abriendo una ventana contable para evitar entrar en una espiral de pérdidas que amenacen con llevarse por delante todo el sistema financiero. En el caso de AIG, la compañía de seguros norteamericana que mantiene una amplia exposición al segmento de los Credit Default Swaps (CDS), incluidos los de Lehman, las autoridades no quisieron volver a arriesgarse. Los CDS son un tipo de derivado en el que se acuerda pagar una cierta cantidad de efectivo (con cierta periodicidad) al vendedor a cambio de tener una protección contra el impago (default) de un bono o préstamo de una empresa o país. Las sumas que debía AIG frente a la insolvencia del actual sistema crediticio la convertían en número fijo a la bancarrota. De conjunto, los compromisos en derivados exceden de lejos los activos de los grandes bancos. Morgan Stanley tiene una exposición diez veces mayor que Lehman al mercado de derivados, aunque el riesgo de este último en relación a su debilitada base de capital parece haber sido la peor. A su vez, el 97% de los derivados en manos de los bancos comerciales está concentrado en los cinco primeros: JPMorgan Chase, Citibank, Bank of America, Wachovia y HSBC. ¿Serán estos las próximas víctimas? Quién lo sabe, pero las aguas todavía están demasiado revueltas para bajar la guardia.

¿A dónde van la economía norteamericana y mundial?

Como decimos al principio, nunca desde la crisis del 29, la economía norteamericana estuvo tan cerca del “crack”, es decir una situación con innumerables quiebras bancarias (con pérdida de depósitos de millones de ahorristas), de empresas, desempleo masivo (que en los ‘30 del siglo pasado llegó al 28% de desocupación en EEUU), etc. Pero, aunque aún no haya un crack que inicie este proceso generalizado, lo que sí ya es posible vislumbrar es una recesión profundísima en los principales países imperialistas, con alto desempleo. Estamos entrando posiblemente en la combinación del temido credit crunch (sequía crediticia) o falta de crédito y un aterrizaje forzoso sincronizado de la economía mundial. El vertiginoso colapso de Lehman Brothers y la absorción de Merrill Lynch han removido una enorme cantidad de liquidez de la economía, en la medida que valores construidos durante décadas de especulación se desvanecen. Como explica Paul Krugman en su columna del New York Times con el sugestivo título “Ruleta Rusa Financiera” que demuestra la gravedad del momento en el que se encuentra el capitalismo: “...el sistema ha estado experimentando corridas bancarias postmodernas. No parecen versiones al viejo estilo: salvo excepciones, no estamos hablando de una muchedumbre de ahorristas angustiados golpeando las puertas cerradas de los bancos. En cambio, estamos hablando de desesperados llamados telefónicos y clicks de mouse, mientras los actores financieros retiran sus líneas de créditos y tratan de desprenderse de la contrapartida de riesgo. Pero los efectos económicos - congelamiento del crédito, una espiral hacia abajo de los activos - son iguales a los de las grandes corridas bancarias de los años 1930...Esto abre una posibilidad real de que 2008 sea un regreso a 1931” (“Financial Russian Roulette”, New York Times 15/9).

La producción industrial norteamericana, se contrajo un 1% en agosto (12% en la industria automotriz, la más grande en una década) cuestión que pasó totalmente desapercibida en medio de semejante marasmo financiero. Pero la fuerte interrelación entre las finanzas y la economía pronto se hará notar y puede conducir a la peor recesión norteamericana en décadas. Primero, la crisis de desendeudamiento señalada más arriba reduce la disponibilidad de crédito en la economía. Segundo, la caída del precio de la vivienda y de las acciones reduce el llamado efecto riqueza y el consiguiente consumo. Tercero, los problemas en los mercados crediticios y accionarios tienen efecto mundial, por lo que es cada vez menos probable que la actividad económica mundial siga sosteniendo a EEUU vía el aumento de las exportaciones norteamericanas, cuestión que junto a los efectos temporarios de la baja de impuestos, evitó hasta hoy una caída importante del PBI de EEUU.

Por el contrario, la economía mundial se está desacelerando. La zona euro y Japón ya están casi en recesión. Inglaterra se encamina hacia allí rápidamente. Y las llamadas economías emergentes empiezan a mostrar signos de flaqueza, cuando no de pánico. El lunes (15/9) China recortó las tasas de interés preocupada por los efectos que pueda tener sobre su propia economía el negro panorama que se cierne sobre la economía mundial, además de la caída aguda del precio de la vivienda en el verano. En Rusia, las autoridades regulatorias decidieron, hoy miércoles, suspender las operaciones en las dos principales bolsas del país para frenar el desplome bursátil que llegaba a su tercera jornada consecutiva (el martes 16/9 los dos principales índices, el RTS y el Micex se derrumbaron un 11,5% y un 17,45%, respectivamente). Entre las acciones golpeadas están las de dos de los bancos más importantes de Rusia, el Sberbank y el VTB, que hoy (17/9) se depreciaron cerca del 20%. Este desplome de los mercados rusos está vinculado, por un lado, con el de Wall Street que ha afectado a todos los mercados emergentes, la fuerte tensión geopolítica con EEUU que pegó un salto con la guerra entre Rusia y Georgia y, por último, pero no menos importante, a la rápida caída del precio del petróleo, que genera preocupaciones en una economía respaldada principalmente por sus exportaciones de materias primas. Igualmente hay que esperar para ver cómo la crisis afecta el mercado de bonos internacional de las empresas rusas, la verdadera fuente de financiamiento de las mismas.

¿Como en el ’30?

Entonces, ¿se repetirá una crisis como la del 30? Julio Sevares, del diario argentino Clarín, en su blog del 16/9, basándose en algunos elementos ciertos, lo niega: “En los treinta la economía mundial...estaba fragmentada, había control de cambio y proteccionismo.... No había una moneda internacional común porque la libra era débil y la mayor parte del tiempo inconvertible y el dólar no estaba difundido y USA, el gran acreedor mundial, no quería funcionar como prestamista de última instancia, después de la crisis la Reserva Federal respondió con restricción monetaria, diferente a lo que sucede ahora. Se menciona frecuentemente que el gobierno de Roosevelt respondió con la política expansiva del New Deal, pero se olvida que en el 31 USA aumentó los aranceles agravando la depresión mundial (Ley Smooth-Hawley) y que en el 33 hizo una devaluación salvaje del 30%. Y en el 32 Gran Bretaña respondió al proteccionismo USA con el Tratado de Otawa, de preferencias arancelarias para el Commonwealth. Francia se dedicaba a acumular oro contribuyendo a la iliquidez y Alemania estaba endeudada y en crisis luego de la salida de capitales que se fueron a especular a Nueva York en el auge. Las respuestas proteccionistas y devaluatorias impidieron la recuperación que llegó sólo con el rearme. El grado de endeudamiento empresario y familiar era infinitamente menor que el actual, por lo cual actualmente el mecanismo de transmisión de la crisis es más financiero que comercial, a diferencia de lo que sucedía en los treinta hay sistemas estatales con instrumentos anticíclicos e instituciones de consulta y regulación internacionales”.Pero si bien es cierto que la situación no es igual a la del ‘30, los mecanismos “anticíclicos” pueden afectar los tiempos y las formas de la crisis pero no puede descartarse para nada un escenario de crack generalizado. Descartar esto, justo en momentos donde el capitalismo muestra abiertamente sus contradicciones explosivas, sería tener una confianza en el capitalismo y negar que éste puede abrir situaciones catastróficas, no sólo en los países semicoloniales como fue el crack y default argentino de 2001, sino incluso en los principales países imperialistas.

Más aún, si tomamos en cuenta las crecientes tensiones geopolíticas a nivel internacional, la acelerada declinación hegemónica de los EEUU y la creciente debilidad del dólar, que ha venido subiendo extrañamente en su cotización desde fines de julio cuando se están derrumbando los activos norteamericanos debido a la fuerte manipulación de la moneda norteamericana por parte del Tesoro norteamericano con el apoyo activo del banco central chino y muy probablemente de Japón y Europa, operación cada vez más insostenible y que puede acelerar el colapso del sistema monetario basado en el dólar. Todos estos elementos hacen prever que la economía mundial ha entrado en un período de profundas guerras comerciales y tensiones interimperialistas, lleno de amenazas.

Millones pueden perder el empleo: Prepararse para la catástrofe

La recesión recién está en sus primeros estadios. Es de preverse fuertes contracciones del PBN en los próximos trimestres. De acuerdo con el último informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) la debacle financiera puede llevar a un incremento de cinco millones del número de desocupados en el mundo en el 2008.

Para la clase obrera norteamericana, el actual colapso financiero implica un rápido crecimiento del desempleo, de la pobreza, de los sin techo y de la miseria social. El gobierno, Wall Street y los candidatos a presidente de ambos partidos se aprestan a descargar las consecuencias de su propia codicia e incompetencia sobre los hombros de la clase obrera. La crisis ya está devastando a determinados sectores de asalariados, en particular los que trabajan en Wall Street o la City de Londres, que gozaron de parte de las migajas de la brutal burbuja crediticia y especulativa. En EEUU, epicentro de la actual crisis, frente a la catástrofe que el capitalismo representa para los trabajadores, es necesario levantar ya un programa para que la crisis la paguen los capitalistas, que empiece por la suspensión de todas las ejecuciones hipotecarias, el reparto de las horas de trabajo entre todas las manos disponibles, la puesta en funcionamiento de un plan de obras públicas que remodele las industrias básicas y recomponga la obsoleta infraestructura del país y cree millones de puestos de trabajo financiados con los impuestos a las grandes fortunas y, fundamentalmente, que se lleve adelante una verdadera nacionalización del sistema bancario y financiero, pero no al servicio de los ricos, Wall Street y en las manos de la oligarquía financiera, sino bajo control de los trabajadores bancarios y al servicio del conjunto de los trabajadores. Este programa implica la ruptura con los partidos demócratas y republicanos y la adopción de un curso independiente de la clase obrera.

Este programa que comienza a ser cada vez más necesario para EEUU, en la medida en que se desarrolle la crisis en los próximos meses y años, se planteará para la acción para sectores cada vez más amplios de la clase obrera y de los explotados de varios países del mundo, ya que la crisis parece extenderse como una mancha venenosa por todo el globo.

Pero fundamentalmente, la crisis actual plantea para los trabajadores de todo el mundo la necesidad de enfrentar a las burocracias sindicales colaboracionistas de cada país, que serán cómplices de los planes para hacer descargar la crisis sobre sus espaldas y de organizarse políticamente, no sólo a nivel nacional sino reconstruyendo el internacionalismo proletario y forjando una nueva internacional obrera revolucionaria. Aunque estas ideas hoy en día están muy alejadas de la conciencia actual de los trabajadores como consecuencia de años de fragmentación social, de los daños que perduran en la conciencia y en la organización a causa de la ofensiva neoliberal y la experiencia estalinista, la dureza y los padecimientos de la crisis puede hacer que muchos trabajadores, en especial su vanguardia, vuelvan a agarrar en sus manos las herramientas y el programa del marxismo revolucionario, el único que puede llevarlos a derrotar a esa casta de parásitos y explotadores: la burguesía y sus estados que amenazan con mayores y nuevas catástrofes a todo el planeta.

¿Quién paga la crisis capitalista?

“El primer mundo que nos pintaban como la meca se cae como una burbuja” sostuvo la Presidenta para pocos segundos después reivindicar el “modelo” económico de los Kirchner y augurar que la Argentina está “firme en medio de una marejada”. Fantasear una Argentina económicamente sólida obviando la crisis tumultuosa que vive el capitalismo mundial es realmente vivir en una burbuja. Las condiciones internacionales que favorecieron el ciclo de crecimiento de la Argentina desaparecen. La actual crisis capitalista internacional es la más importante desde 1929: pese a los cientos de miles de millones de dólares gastados por los Estados de los países imperialistas para contener la debacle, grandes bancos se siguen declarando en quiebra. Las empresas que cotizan en Wall Street suman pérdidas de su valor por más de 4 billones de dólares, el equivalente a 100 veces las reservas del Banco Central argentino. EE.UU, Europa, Japón y las principales economías decrecen. El único horizonte que el capitalismo tiene para ofrecer es la combinación de recesión e inflación: más desocupación, más pobreza y hambre para millones en todo el mundo. Y esto es lo que, en las últimas décadas, se han encargado de presentar como el único sistema viable. La nueva situación internacional plantea enfrentar los planes con que intentarán descargar sus pérdidas sobre las espaldas de los trabajadores, superar a las direcciones sindicales colaboracionistas y preparar la movilización de una fuerza social y política poderosa capaz de imponer un programa para que la crisis la paguen los capitalistas. Ante el carácter mundial de “la catástrofe que nos amenaza”, es urgente reconstruir el internacionalismo de los trabajadores y una nueva internacional revolucionaria que se proponga acabar con este sistema de explotación y opresión.





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