Las tendencias inflacionarias, con
estimaciones del nuevo ministro de
finanzas de un cierre para este año
en 27%, muestran la ineficacia del
gobierno para contener la inflación,
cuando el pronóstico original era
del 12%. Incluso, esta nueva proyección
será difícil de cumplir tomando
en cuenta que hasta julio de este
año ya se ubica en 17,3% la inflación
acumulada. Sin embargo y con todo
lo engañoso de las cifras o índices
agregados, ya la inflación se ubica
para los productos del consumo
popular (“Estrato I”) en casi 45%,
es decir, los estratos socioeconómicos
más bajos gastan 45 de cada
100 bolívares fuertes en alimentos,
mientras que los más acomodados
(“Estrato IV”) tan solo gastan el
15,2% de su presupuesto en la compra
de este rubro. Como vemos, la
inflación golpea más fuertemente a
los sectores de más bajos ingresos,
además de que todos los bienes y
servicios vienen subiendo.
Luego de casi 20 trimestres consecutivos
de crecimiento del PIB,
y como producto de la crisis económica
internacional, se está generando
un recalentamiento en la
economía que conlleva una mayor
inflación (fenómeno que no es
particular de Venezuela, sino de la
mayoría de las economías de países
dependientes), tomando en cuenta
la baja productividad nacional
(demanda de bienes superior a la
capacidad productiva), un alza de
los alimento a nivel internacional
que presionan sobre los precios
locales, exacerbándose los rasgos
dependientes de la producción venezolana
al carecer de un desarrollo
más propio sobre todo en áreas tan
sensibles como alimentos. Sumado
a esto que los precios internacionales
del petróleo comienzan a
retroceder, la fragilidad económica
es mayor, demostrando así que el
“blindaje” de nuestra economía de
la que habla el gobierno se sostiene
sobre pies de barro.
Sabemos que la inflación reduce el
poder adquisitivo de los trabajadores
aumentando las ganancias de
los grandes capitalistas. Y afirmamos
categóricamente que golpea
a los trabajadores ya que la persistencia
de la inflación se traduce en
un nuevo aumento de la pobreza y
en una acentuación de la desigualdad
en la distribución del ingreso,
siendo que los sectores más pobres
no tienen cómo cubrirse de la inflación, mientras que los sectores
pudientes se protegen mediante la
compra de bienes inmobiliarios,
instrumentos financieros o divisas
extranjeras.
El gobierno, que no puede dejar de
reconocer el problema inflacionario,
arguye que esto no termina golpeando
a los trabajadores por los
aumentos de los salarios mínimos
llegando a afirmar que es el más alto
de América Latina. Pero el gobierno
hace sus cálculos en términos
nominales, al hacer el cómputo en
términos reales del salario, que es
lo que estaríamos estableciendo en
función del índice nacional de precios,
percibimos que el salario real
está representando una disminución
del poder adquisitivo, y es más,
no se está diciendo que la inflación
de nuestro país, en los últimos años,
está entre las más altas de América
Latina junto con la de Argentina.
Tampoco se dice que estos aumentos
del salario mínimo apenas inciden
sobre un bajo porcentaje de la
fuerza laboral que tiene algún tipo
de relación contractual formal.
El gobierno cede a los chantajes de
los grandes sectores empresariales,
con la liberación de los precios, recayendo
los costos sobre los sectores
populares, para mantener los
grandes márgenes de ganancia de
los capitalistas, pero ni por asomo
se le ocurre un aumento salarial de
los trabajadores al nivel del costo de
vida. Por eso afirmamos que lo verdaderamente
inflacionario es la sed
inagotable de ganancias de los empresarios,
siendo que la elevación
de los precios está sustentada en las
ganancias excesivas de los capitalistas
y en el derroche de la anarquía
capitalista.
Si bien, en parte, es cierto que el
encarecimiento de las materias primas
a nivel mundial, sobre todo la
de los alimentos, de los cuales Venezuela
importa un porcentaje considerable
para el consumo interno,
termina presionando sobre la inflación,
también es cierto que el alto
ingreso petrolero podría amortiguar
esta presión recurriendo a una
fuerte política de subsidios, no para
favorecer a los grandes capitalistas,
sino para que los alimentos de primera
necesidad lleguen a las mesas
de los hogares más pobres a niveles
accesibles a sus ingresos. Pero para
esto sería necesario un monopolio
del comercio exterior por parte del
Estado evitando el robo especulativo
de los capitalistas que en lo
que piensan automáticamente es
remarcar los precios, trasladando
a los sectores de menos ingresos
todos los costos para seguir manteniendo
sus márgenes de ganancia.
Pero el gobierno opera en el sentido
contrario, permite el aumento
generalizado de los precios, bajo la
creencia de que al garantizarle al
capitalista el obtener más ganancia
este invertirá en la producción. El
empresariado, en su sed de ganancias,
busca un retorno rápido, y la
mejor manera que lo encuentra es
la comercialización alejándose de
la inversión en la producción, cuestión
típica por demás de una burguesía
de carácter “compradora” a
lo largo de nuestra historia.
Los capitalistas amasan ganancias y
el salario obrero se reduce
Es que, tanto desde el gobierno o
del empresariado prefieren ignorar
sin pudor que existe una relación
capital-trabajo (capitalistas-trabajadores)
donde se desarrolla una
disputa abierta, tomando en cuenta
que la ganancia de los propietarios
capitalistas está fundada en el
trabajo excedente que no es pagado
a los trabajadores y las trabajadoras,
ningún salario paga lo que el obrero
produce en una jornada diaria. La
disputa por esta “torta” es la base
sobre la cual se desarrolla la lucha
de clases. Prefieren ignorar, que
tanto los salarios de los trabajadores
como las ganancias de los capitalistas,
provienen únicamente del
fondo común que es el trabajo del
obrero. Así lo explica Marx: “Como
el capitalista y el obrero sólo pueden
repartirse este valor, (…) medido
por el trabajo total del obrero,
cuanto más perciba el uno menos
obtendrá el otro, y viceversa”. Y
continúa, “si los salarios cambian,
cambiarán, en sentido opuesto,
las ganancias. Si los salarios bajan,
subirán las ganancias; y si aquéllos
suben, bajarán estas”. Frente a este
choque entre intereses contrapuestos,
quien pretenda conciliarlos con
el cuento de “la articulación entre
el capital y el trabajo”, en realidad
favorece los intereses de los más
poderosos.
En este sentido han sido los asalariados
los que terminan pagando los
“platos rotos” de los procesos inflacionarios,
que el gobierno es incapaz
de contener por su carácter de
clase, que no cuestiona de fondo los
perversos mecanismos que el empresariado
y la banca siguen aprovechando,
para continuar su festín
de rápidas ganancias, los mismos
que cínicamente insisten en únicamente
responsabilizar al gobierno
de la ausencia de una política que
“estimule” la inversión productiva.
Todo esto en el marco que los trabajadores
y trabajadoras ven reducir
sus salarios constantemente.
Por un salario digno, luchemos por
la escala móvil de salarios
De esta manera el gobierno sigue
sin “dar pie con bola” cuando el
mismo ministro de Finanzas reconoce
como “muy alta” una meta de
inflación del 27%. Para su reducción
proponen una vez más el estímulo
a la producción agrícola “por lo
menos en los rubros de arroz, maíz
blanco y amarillo”, también medidas
como el aumento de las tasas de interés
pasivas para fomentar el ahorro
(¡¿de los asalariados?! - ¡¿Cómo
se le puede pedir a un trabajador
que gana 800 bolívares fuertes, que
ahorre con una cesta básica alrededor
de 1.700 bolívares fuertes?!).
Como vemos, ninguna medida pasa
por tocarle un centavo a los capitalistas
sino que en el mejor de los
casos plantea imponer cosméticas
regulaciones que buscan hacer más
eficientes las cadenas productivas
y con ellas el propio régimen de las
ganancias.
Sin alternativas que pongan de relieve
las realidades de la lucha de
clases, las regulaciones que “buscan
proteger a los asalariados” solo
terminan atándonos de manos para
dejar actuar a sus anchas la conocida
receta capitalista de que “si
aumenta el dinero en manos del
publico”, sin aumentar la productividad,
no queda otro remedio que
aumentar los precios como vía para
ajustar su estructura de costos.
Los trabajadores, si no queremos
ver más degradadas nuestras condiciones
de vida, debemos atacar
las ganancias de los capitalistas,
luchando por salarios al nivel de la
canasta familiar, y que éstos sean
ajustados de acuerdo a la inflación,
imponiendo cláusulas en los convenios
colectivos que aseguren el
aumento automático de los salarios,
de acuerdo al aumento de los
precios de los artículos de consumo
masivo. Exigimos la escala móvil de
los salarios. Esta pelea es inseparable
de la lucha contra las divisiones
existentes en la clase obrera, para
terminar con el trabajo precarizado,
sin contrato, tercerizado, exigiendo
el pase a fijo de todos los trabajadores,
en el marco de la lucha de
empleos digno para todos. Basta
que esta crisis la pague el pueblo,
mientras los grandes empresarios
aumentan sus ganancias.