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Periódico / Internacional

Martes 9 de septiembre de 2008

TENSION EN EL CAUCASO

¿Qué dejó el conflicto entre Rusia y Georgia?

Por Claudia Cinatti


Despues de la breve escalada militar en Georgia y del cese del fuego negociado por el presidente francés Nicolás Sarkozy, no ha cesado la escalada de hechos y gestos que muestran que tras el conflicto entre Georgia y Rusia, hay en ciernes un enfrentamiento entre Rusia y Estados Unidos, con la Unión Europea dividida entre ambos que seguramente tendrá consecuencias de largo plazo.

Como ya hemos planteado (ver LVO Nº 290 ), la ofensiva militar del gobierno pronorteamericano de Georgia sobre Osetia del Sur dio lugar a un enfrentamiento reaccionario que terminó en una primera batalla ganada para Rusia.

El ejército de Georgia, luego de comenzar la agresión, no pudo resistir más de un día a la ofensiva rusa y sufrió un serio deterioro. Más aún, las tropas rusas terminaron a las puertas de Tiflis, la capital.

Aunque el acuerdo negociado por Francia puso fin al enfrentamiento militar, las tropas rusas no se han retirado plenamente del territorio georgiano. Además, Rusia ha reconocido la independencia de Osetia del Sur y de Abjazia, las dos regiones separatistas, a pesar de las declaraciones de las principales potencias sobre la protección de la “integridad territorial” de Georgia.

A esto se agrega la prueba exitosa realizada por Rusia con el misil Topol, capaz de burlar los sistemas antimisiles.

Georgia anunció la ruptura de relaciones con el gobierno ruso, mientras que las regiones de Osetia del Sur y Abjazia insistieron en su voluntad secesionista.

El conflicto involucra además a Ucrania, un país de 45 millones de habitantes, con una importancia estratégica mucho mayor que Georgia y donde la población está virtualmente dividida al medio entre un sector pro ruso y otro pro occidental. Las tensiones entre Rusia y Ucrania recrudecieron tras el triunfo de la llamada “revolución naranja" de diciembre de 2004, impulsada en gran medida por Estados Unidos que culminó instalando en el poder al presidente pronorteamericano Viktor Yushchenko.

Con el conflicto de Georgia, estas tensiones fueron en aumento. Yuschenko le dio apoyo político al presidente de Georgia, Mikhail Saakashvili, insistió en su pedido de que Ucrania sea incorporada a la Alianza Atlántica y, por último, firmó un decreto por el cual busca limitar la capacidad de movimiento de la flota rusa del Mar Negro, que tiene su principal base en Sebastopol, en la provincia ucraniana de Crimea.

Por su parte, Estados Unidos respondió a las acciones rusas enviando “ayuda humanitaria” a Georgia y, de paso, estacionando barcos propios y de la OTAN en el Mar Negro. Además, aceleró el acuerdo con Polonia para la instalación de un escudo antimisiles que tiene como excusa la contención de Irán pero como blanco último a Rusia. Les arrancó a sus socios europeos de la OTAN un renovado compromiso de incorporar a Georgia y a Ucrania a la alianza militar. Y como si fuera poco, el vicepresidente norteamericano, Dick Cheney, señalado por algunos analistas como el artífice del ataque lanzado por Saakashvilli contra Osetia del Sur con el que se disparó la crisis, está de visita en la región y prometió una ayuda de 1.000 millones de dólares a Georgia para reconstruir su aparato militar e impulsar las “reformas económicas” pendientes.

La “encrucijada” de la Unión Europea

El conflicto en el Cáucaso puso de relieve, una vez más, la divergencia de intereses entre las potencias que conforman la Unión Europea, tensionadas entre la política de Estados Unidos, que busca impedir que se establezca una alianza entre Europa occidental y Rusia y la importancia que ha adquirido esta relación para el suministro de petróleo y gas para los países europeos y los negocios millonarios que implica para las multinacionales de algunos países como Alemania. Es que Rusia es el tercer socio comercial de la UE, le provee el 40% del gas y a su vez, la UE es el principal inversor en Rusia.

Es justamente en Alemania donde la política hacia Rusia produjo las principales divisiones en la coalición gobernante: mientras que la gran mayoría del SPD le da prioridad a la relación privilegiada con Moscú (incluso el ex canciller G. Schroeder mantiene fuertes lazos con el gigante ruso Gazprom), sectores importantes del partido de la canciller (primer ministro) Ángela Merkel, la CDU, son partidarios de excluir a Rusia temporariamente del G8 y aprobar la entrada de Georgia y Ucrania a la OTAN.

Las tensiones en la política exterior de la UE quedaron expuestas en la cumbre de esta organización del pasado 1º de septiembre, la primera cumbre especial luego de la guerra de Irak de 2003, llamada por el presidente Sarkozy para tratar la posición del bloque ante el conflicto entre Rusia y Georgia.

Por un lado Gran Bretaña junto con los países bálticos, la República Checa, Polonia y Suecia, son partidarios de una política dura hacia Rusia en alianza con Estados Unidos. El primer ministro británico, Gordon Brown pidió desde un duro artículo publicado en The Observer que la UE “revea completamente las relaciones con Rusia” y se mostró partidario de imponer sanciones como por ejemplo excluir a Rusia de las reuniones del G8 y revisar los acuerdos entre la UE y Rusia.

Por otro lado, Alemania, Francia e Italia, se han opuesto a cualquier sanción y se mostraron partidarios del diálogo para evitar la escalada del conflicto.

Aunque la Unión Europea se alineó con Estados Unidos en la “defensa de la integridad territorial de Georgia” y se mostró dispuesta a acelerar la admisión de Georgia y Ucrania a la Alianza Atlántica, el resultado de la cumbre mostró que no hubo consenso para imponer sanciones a Rusia y sólo se suspendieron las negociaciones actuales sobre energía y otros temas de interés, en el marco de los acuerdos de cooperación que Rusia tiene con la UE desde 1997, hasta que Moscú retire las tropas de Georgia.

Perspectivas

Desde la disolución de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos ha tenido una política de poner bajo su influencia a las ex repúblicas soviéticas de Asia Central, una zona estratégica tanto por sus reservas de petróleo y gas como por su importancia geopolítica. Uno de los instrumentos, además de la instalación de gobiernos pronorteamericanos tras las llamadas “revoluciones coloridas”, fue ir incorporando gradualmente a estos países a la OTAN, alianza militar creada en 1949 para defender a Europa Occidental de un eventual ataque ruso. Esto además de intentar establecer bases permanentes en Afganistán y otros países como Uzbekistán.

La ampliación de la OTAN fue una política común tanto de las presidencias republicanas de Bush padre e hijo como del demócrata Bill Clinton. Así en el curso de una década la Alianza Atlántica llegó a las puertas de Rusia, con la incorporación de Polonia, la República Checa, Hungría, Lituania, Estonia, Letonia, Bulgaria, Eslovenia y Eslovaquia. La incorporación de Georgia y Ucrania, que venía siendo bloqueada por la Unión Europea, principalmente por la oposición de Francia y Alemania, era un salto en esta política agresiva junto con la instalación del sistema de misiles en Polonia.

Para Rusia, Georgia y Ucrania se transformaron en la “línea roja” del avance occidental.

El conflicto actual mostró que el momento de debilidad de Rusia durante los primeros años de la restauración capitalista bajo Yetlsin quedó atrás. La reemergencia de Rusia como potencia regional basada en el boom de las materias primas y el petróleo, no plantea para Estados Unidos un desafío similar al que implicaba la Unión Soviética. Tras la restauración capitalista, Rusia se ha transformado en un país dependiente que bajo el régimen bonapartista de Putin intenta defender lo que considera su zona de influencia. A pesar de los roces que Putin pueda tener con Estados Unidos, el nacionalismo ruso es completamente reaccionario, basta como muestra que usa el problema nacional planteado por Osetia del Sur y Abjazia en función de sus propios intereses mientras oprime de forma salvaje a Chechenia.

Esta nueva “realidad estratégica” que enfrenta el imperialismo es señalada por varios analistas de la política exterior norteamericana. A. Cordesman, en un informe reciente plantea que Estados Unidos debe reconocer “que se ha cerrado el período en el cual la Unión Soviética estaba colapsando y China aún era demasiado débil” y que “los límites prácticos del poder norteamericano incluso con ayuda considerable de los aliados- han quedado en evidencia en Afganistán e Irak”, lo que sería aún peor si Estados Unidos “tuviera que lidiar con Taiwan o Corea del Norte” y que “las consecuencias serían drásticas si tuviera que hacer frente a alguna confrontación real con China”. Para este partidario de la “realpolitik” este no es el “siglo americano” sino el del conflicto entre intereses nacionales para lo cual recomienda una política “pragmática” sobre la base de “reconocer la real relación de fuerzas” (CSIS, 18/08/08).

Lo más relevante hasta el momento, es que el conflicto en el Cáucaso dejó expuesta la debilidad en la que se encuentra Estados Unidos, tras la derrota de la estrategia neoconservadora en Irak y la creciente crisis de la ocupación de Afganistán. Esto se ve en que las medidas que “Occidente” intentó contra Rusia tienen hasta ahora un contenido esencialmente simbólico. La próxima presidencia norteamericana, posiblemente demócrata, tendrá que lidiar con esta situación de decadencia de la principal potencia imperialista en el marco de una crisis económica que golpea al centro del capitalismo mundial.





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