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Viernes 6 de julio de 2012

CUMBRE DE LA UNIÓN EUROPEA

CUMBRE DE LA UNIÓN EUROPEA: Cuando el diablo mete la cola

Por Paula Bach


Los resultados de la reciente decimonovena "cumbre de emergencia" de la Unión Europea cuyos principales protagonistas fueron la canciller alemana Ángela Merkel, el primer ministro italiano Mario Monti, y los presidentes de Francia, Francois Hollande y de España, Mariano Rajoy, continúan siendo materia de especulación entre los principales analistas financieros. Entre las medidas resueltas destacan la posible recapitalización bancaria directa a las entidades, el hecho de que el MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiero) no tenga prioridad de cobro frente a otros acreedores en caso de cese de pagos o moratoria, la posibilidad de que los fondos de “rescate” adquieran bonos de deudas soberanas en los mercados secundarios, la incorporación de un “fondo de crecimiento” de 150.000 millones de euros (equivalente a un 1% del PBI de la Eurozona), así como el compromiso de avanzar hacia una mayor unidad fiscal y bancaria.

Más allá del verdadero calibre de estas resoluciones que abordaremos a continuación, lo novedoso de la decimonovena cumbre es que por primera vez un bloque “anti-Merkel” (anti-alemán), sostenido por Estados Unidos, entró en escena con cierta capacidad de resistencia y Ángela Merkel, apareció, al menos públicamente, claramente como “cediendo”. El primer ministro italiano señaló que “saber que el presidente de Estados Unidos sostiene nuestra política, es verdad que por sus legítimos intereses electorales, pero también en nombre de los intereses generales, (…) se convierte en una ayuda psicológica para mantener la posición e ir adelante” (El País, 2 de julio de 2012). Lo cierto es que Monti es un peón colocado en el tablero por Ángela Merkel en reemplazo del desacreditado “il cavaliere” (Berlusconi). Pero Monti, como Rajoy, está acosado por el riesgo de que Italia sea la próxima tras una posible caída de España. Esta situación condujo a ambos a abrazar la causa del “interés general” a fin de salvar la ropa al menos en el corto plazo.

Apuntando al corto plazo para alejar el riesgo inminente

Las medidas de mayor relevancia son las que habilitan la posibilidad de disociar el rescate de los bancos del endeudamiento de los Estados. Hasta el momento, como en el caso de Grecia, Irlanda y Portugal, todos los “rescates” otorgados a los bancos por los países centrales de Europa se efectuaron a nombre de los Estados soberanos. De este modo el Estado se constituye en el garante que responde por los fondos otorgados a los bancos nacionales (que no olvidemos tienen como objetivo permitir el cobro de los bancos acreedores alemanes y franceses). La contraparte es la exigencia de planes de ajuste, con la resultante de un deterioro creciente de las economías, con Estados cada vez más endeudados, considerados cada vez menos “sólidos” para responder a los pagos exigidos y por lo tanto sometidos a pagar primas de riesgo cada vez más altas a los propios bancos acreedores. El factor que habilita la posibilidad de la desvinculación entre préstamos y Estados, está asociado a que los países amenazados son ahora la cuarta y tercera economías de la Eurozona, España e Italia, respectivamente. Es una demanda que Rajoy viene sosteniendo desde que solicitó el “rescate” de sus bancos y es también un requerimiento urgente para Monti que ve que Italia puede estar próxima a tener que solicitarlo. Los “mercados internacionales” esperaban algún anuncio contundente y todos sabían que de no existir, se corría un serio riesgo de derrumbe. En este contexto, las medidas adoptadas son más un bálsamo que busca evitar el quiebre de España en lo inmediato que una resolución firme en el largo plazo. De hecho, los fondos habilitados para “rescates” se reducen al actual capital del MEDE de alrededor de 500.000 millones de euros que es una cifra muy escueta si se tiene en cuenta que sólo la deuda pendiente de pago de España e Italia sumada alcanza los 2,8 billones de euros, esto es, un poco menos de 6 veces el monto del fondo (Martin Wolf, Financial Times, 3-7-12). La efectivización de la medida mencionada, planificada para fin de año, por supuesto, no sería gratis, e implicaría una mayor ingerencia del Banco Central Europeo (y por lo tanto de Alemania) sobre el sistema bancario. Si Alemania acepta que el BCE realmente asuma las pérdidas de la banca, exigirá a cambio, minimizarlas mediante condiciones de todo tipo sobre las entidades tales como despidos, reestructuraciones, cierre de sucursales, pérdidas para accionistas y bonistas, etc. Medidas que por su puesto no sólo afectarán al sector financiero sino al conjunto de los países. La indefinición en la que quedaron sumidos los pasos iniciales hacia una unión fiscal y bancaria da cuenta de la indefinición de la propia medida. Por su parte la posibilidad de que los fondos europeos puedan comprar deuda pública en los mercados adolece de problemas similares y es incluso, menos significativa. El Banco Central Europeo no deviene ni mucho menos en comprador en última instancia de los bonos europeos con lo cual esas compras estarían limitadas al mismo capital que los rescates bancarios. Si bien la efectivización de una medida de este tipo reduciría la prima de riesgo y el tipo de interés de los bonos soberanos, a cambio se exigirían condiciones a los países intervenidos. Además es probable que este tipo de medida, de aplicarse, no difiera mucho de los ya aplicados préstamos del BCE a los bancos nacionales que aceptaban a modo de garantía los bonos de las deudas soberanas. El hecho de que el MEDE no tenga prioridad de cobro es una clara medida destinada a tranquilizar al mercado financiero frente a la crítica situación de España y el “paquete de crecimiento” que representa apenas un poco más el 1% del PBI de la Eurozona, es evidente que no significa más que un “gesto” sin ninguna consecuencia efectiva en el panorama general de una recesión que se agudiza en la Eurozona tomada de conjunto. Como resultado general, lo más probable es que una vez más y tal como está sucediendo, las resoluciones de la reciente cumbre, sin resolver el problema de fondo, disipen por un período la inminencia de un estallido financiero. Pero en un contexto en el que las tendencias recesivas continúan profundizándose recreando el caldo de cultivo para el resurgimiento de esas mismas tensiones.

El diablo metió la cola

Probablemente uno de los aspectos más novedosos de esta cumbre no se encuentre en las medidas económicas efectivas sino en el impacto político logrado. De hecho en la zona del euro se está jugando una suerte de partida de ajedrez velada en la que miden fuerzas Alemania y Estados Unidos. Pero Alemania juega a su vez una partida contra el tiempo. Su intención de regir los destinos de Europa y deglutir a los países de la zona euro está seriamente limitada por los efectos de la crisis económica. Los mecanismos que durante casi diez años generaron una suerte de “círculo virtuoso” para Alemania, amenazan ahora con convertirse en su contrario. La política alemana de convertir en “tierra arrasada” a los restantes países de la zona para avanzar sobre ellos absorbiendo empresas, bancos y todo tipo de activos devaluados, mediante una estrategia de semi-colonización, se vuelve altamente explosiva en el marco de las condiciones actuales. Si Alemania consiguió un reemplazo parcial al destino europeo de sus exportaciones en China, los síntomas de debilidad de la economía asiática devienen una nueva amenaza. Mientras tanto los planes de ajuste y el sojuzgamiento que viene implementando desde 2010 sobre los países meridionales de Europa e Irlanda que en épocas del “florecimiento” del euro constituyeron el destino de sus préstamos y cerca del 60% del destino de sus exportaciones, están redundando en un proceso recesivo del que sólo se salva (por ahora y con un crecimiento ajustado), la propia Alemania. A su vez, estas políticas están condenando a toda la zona a una situación de virtual estallido permanente que en los picos más agudos trastoca el famoso “nein” de frau Merkel, en un “ni” como es el caso de la reciente cumbre. Y estos “ni” son en gran parte disfuncionales al proyecto alemán cuestión que se manifiesta en elementos incipientes de crisis política como la reciente amenaza de la Unión Socialdemócrata bávara (partido hermano de la Unión Demócrata Cristiana -CDU- de Merkel) de quitar su apoyo al gobierno si la canciller continúa mostrándose “flexible” ante sus socios del eurogrupo. Estados Unidos por su parte, cuyo débil crecimiento económico no permite reabsorber lo que representa un alto desempleo para el país del norte y que amenaza la reelección de Obama, está intentando aprovechar la debilidad de Alemania en un marco en el que la crisis europea y las políticas alemanas representan además un serio riesgo para su propia economía. No sólo por cuestiones electorales e inmediatas relativas a la salud de su economía, sino también por la oportunidad estratégica que le significaría aprovechar esta situación para una mayor penetración de sus capitales, Estados Unidos está conformando un frente de injerencia más directa sobre las políticas europeas. Ese “frente” que se fortaleció con la derrota de Sarkozy y el triunfo de Hollande en Francia es el que recientemente sumó a aliados, tal vez circunstanciales, pero acosados por el riesgo de estallido de sus propios países como Monti y Rajoy. Por supuesto esto es sólo un síntoma de una situación extremadamente crítica de la economía mundial en la que aún no estamos a las puertas de un enfrentamiento inter-imperialista abierto pero en el cual, a pesar de primar todavía elementos de frágil cooperación (que se evidencia en el bajo calibre de los acuerdos alcanzados), aún en ese mismo terreno, los distintos actores empiezan a medir sus fuerzas.





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