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Comunicados, volantes y declaraciones
Viernes 4 de septiembre de 2009 ANTE LAS BASES MILITARES EN COLOMBIA Cumbre de Unasur: una nueva capitulación ante el imperialismo Por Claudia Cinatti Después de siete horas televisadas de discusión, la cumbre de Unasur, realizada el pasado 28 de agosto en Bariloche para analizar la respuesta de la región al nuevo acuerdo militar entre Colombia y Estados Unidos, emitió un documento consensuado en el que, como era previsible, no hay ninguna condena a la instalación de siete nuevas bases militares norteamericanas en zonas estratégicas del territorio colombiano. La escueta declaración no va más allá de algunas afirmaciones generales sobre la “paz” y la “seguridad” en la región, y sólo se limita a señalar que “la presencia de fuerzas militares extranjeras no pueden amenazar la soberanía de cualquier país sudamericano” y que el Comando de Defensa de Unasur (formado por los ministros de defensa y de relaciones exteriores) intentará inspeccionar las actividades de las bases imperialistas en Colombia, y que para tal fin se reunirá en la primer quincena de septiembre. Esta cumbre que reunió a los 12 presidentes de los países que conforman Unasur, convocada ante la fallida reunión de Quito del pasado 10 de agosto, había sido precedida una escalada retórica contra Uribe y Estados Unidos, principalmente por parte de Evo Morales, Rafael Correa y Hugo Chávez, quien había calificado la renovada presencia militar yanky en la región como una amenaza concreta, diciendo que habían empezado a soplar “vientos de guerra”. Pero como mostró el resultado la denuncia quedó en la retórica. A pedido de Uribe la cumbre fue transmitida en directo, como una suerte de “reality show” en el que cada uno de los presidentes sudamericanos representó su libreto apuntando sobre todo a sus respectivas bases internas. En pos de mantener la unidad del bloque, y a pesar de los roces y cruces de acusaciones que se escucharon durante el debate, los presidentes de Unasur terminaron concediéndole un nuevo triunfo diplomático a Uribe (algo que ya había conseguido en Santo Domingo cuando evitó ser condenado por el asesinato de Raúl Reyes y otros militantes de las FARC en territorio ecuatoriano), que no sólo logró que no se pronuncie una condena explícita a las bases norteamericanas en su país, algo que ya había puesto como condición para asistir a la cumbre, sino que obtuvo el reconocimiento de su derecho “soberano” a transformar a Colombia en una base de operaciones del Comando Sur norteamericano, y negó hacer públicos los términos del acuerdo con Estados Unidos. Además, Uribe consiguió sin demasiado esfuerzo, incluir en el documento final una mención a la “lucha contra el terrorismo”, en alusión obvia a las FARC, y al rol de la OEA, organismo que los gobiernos semicoloniales de América Latina comparten con el imperialismo norteamericano. En el plano interno, Uribe intentará que esta revalidación de la alianza con Estados Unidos bajo el gobierno de Obama, y el compromiso asumido por este último para lograr la aprobación del Tratado de Libre Comercio, actualmente bloqueado en el Congreso norteamericano por oposición de los demócratas, sirva a sus objetivos reeleccionistas para un tercer mandato. Unidos y dominados Esta victoria diplomática de Uribe intentó ser cubierta mediante una puesta en escena de la que todos los participantes de la Cumbre intentaron sacar rédito político. Los integrantes del bloque del ALBA, Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, salvaron su alma “antiimperialista” ante los televidentes con encendidos discursos contra la injerencia norteamericana en América Latina. Chávez denunció la complicidad de Estados Unidos en el golpe contra Zelaya en Honduras y leyó párrafos del “Libro Blanco” del Comando Sur en los que se explicitan los objetivos de las bases militares como extensión y garantía del poderío norteamericano. Evo Morales pidió que se firme una declaración de rechazo de las bases estadounidenses y que se convoque a un plebiscito en toda la región y Correa interpeló varias veces a Uribe, recordando la incursión del ejército colombiano en su territorio en la que terminó asesinado Raúl Reyes, y se quejó de que Estados Unidos siga tratando a la región como su “patio trasero”. Cristina Fernández de Kirchner, en su rol de anfitriona de la cumbre, se mostró satisfecha con el resultado que alejó cualquier fantasma de ruptura de Unasur. Lula jugó su rol de moderar frente a los exabruptos de Chávez y sus aliados del bloque del ALBA, con el doble propósito de ser el encargado de mantener una posición conciliadora con Washington y de hacer compatibles los planteos de Chávez con su estrategia de liderazgo regional. Es que el principal interés de Brasil es liderar el subcontinente a través de Unasur, apoyándose en Chile, y desde esa posición actuar como interlocutor de Estados Unidos. Como ya lo había anticipado el canciller Celso Amorim, la política del gobierno brasileño era tratar de ponerle límites a las atribuciones de la presencia militar norteamericana en Sudamérica, buscando un reaseguro de que las tropas se mantendrán dentro de las fronteras de Colombia y no constituirán una amenaza para la seguridad brasileña en la región del Amazonas. La inclusión en el documento de la cumbre del rol del Consejo de Defensa en la inspección de la seguridad regional, aunque no pasa de ser un gesto simbólico, ya que no hay ninguna posibilidad de controlar el poderío militar norteamericano, apunta en ese sentido. Pero más allá de las pequeñas “victorias diplomáticas” que puedan atribuirse los gobiernos de la región, la realidad es que Estados Unidos está avanzando bajo el gobierno de Obama en recomponer las cuotas de poder perdidas durante los años de la administración Bush. La política impotente de los gobiernos latinoamericanos, y en especial el bloque del ALBA, de confiar en Obama para derrotar el golpe en Honduras, y ahora la aceptación de la instalación de las nuevas bases militares en Colombia, aunque tratando de poner algún límite simbólico, muestran que los gobiernos “posneoliberales” incluidos los que profesan un discurso más “antiimperialista”, a lo sumo intentan negociar los términos de la subordinación al imperialismo norteamericano. Queda claro que, al igual que con el golpe en Honduras, la tarea de terminar con la presencia imperialista en la región, acrecentada con las nuevas bases en Colombia, está en mano de la movilización independiente de los trabajadores y los pueblos latinoamericanos. La diplomacia de los negociosLa cumbre de Unasur mostró que el mejor escenario para las burguesías locales es tratar de mantener la estabilidad regional, dado que en los últimos años de recuperación económica, se ha reactivado el comercio entre los países de la región y que éste aún se mantiene, a pesar de la crisis de la economía internacional. Esto explica que ningún presidente, ni siquiera Chávez, Morales o Correa, tuvieran como estrategia provocar una ruptura con Colombia por la instalación de las bases norteamericanas. Por eso, más allá de las diferencias y choques que se evidenciaron, el objetivo compartido de la cumbre fue salvar el consenso y la unidad. Esto es particularmente notorio en el caso de Brasil. Como plantea un editorialista del diario argentino Página 12, “Para Brasil, cuyo PBI equivale al de todos los países de la región sumados, una Sudamérica en paz es una condición indispensable para su proyecto global” (…) Brasil necesita una región sin conflictos y mínimamente integrada en torno de un liderazgo que los diplomáticos de Itamaraty presentan como benévolo”. Además de su proyección como líder regional, Brasil mantiene un fluido intercambio comercial con Venezuela del que resulta ampliamente beneficiado. Junto con los negocios entre PDVSA y Petrobras, Venezuela se ha transformado en el séptimo destino de las exportaciones brasileñas desde productos agrícolas y alimentos hasta vehículos. El otro gran interesado en mantener los vínculos comerciales con Venezuela es el propio empresariado colombiano, ya que los conflictos diplomáticos con Chávez perjudican esencialmente sus negocios, como se vio durante la crisis generada tras la incursión militar en Ecuador en marzo de 2008. Según las estadísticas oficiales de las cámaras empresarias de Colombia, Venezuela es el segundo destino de sus exportaciones, después de Estados Unidos, que ascienden a unos 6.000 millones de dólares, lo que implica un crecimiento de un 300% en los últimos cuatro años. Con diferencias, los intercambios comerciales entre los países de América Latina se han vuelto un excelente negocio para las burguesías locales y para las multinacionales que actúan en la región, y este principio y no posiciones “ideológicas” es el que guía la diplomacia de los gobiernos latinoamericanos, donde siguen conviviendo Chávez y el bloque del ALBA con aliados incondicionales de Estados Unidos como Uribe, a pesar del golpe de la derecha en Honduras y de las bases militares norteamericanas.
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