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Comunicados, volantes y declaraciones
Jueves 20 de noviembre de 2008 CAMBIAR ALGO PARA NO CAMBIAR NADA Cumbre del G20 en Washington Por Juan Andrés Gallardo El fin de semana pasado se realizó en Washington la cumbre del Grupo de los 20 (G20) que reunió a los presidentes de las principales economías del mundo. Lejos de poner en marcha un “Bretton Woods II”, es decir, un nuevo acuerdo económico global como habían insinuado Francia y Gran Bretaña, tan sólo llegó a enumerar algunos de los problemas que atraviesa la economía, dejando en manos de cada país su resolución y “pateando” para 2009, cuando Obama ya sea presidente de EE.UU., la discusión sobre las medidas a tomar. Mientras tanto, se multiplican los anuncios de recesión amenazando con una ola masiva de despidos a nivel mundial. La reunión del G20 no pudo mostrar grandes avances, más allá de reafirmar en gran parte algunas de las medidas que ya se venían tomando. Esto sucedió en parte porque la debilitada figura de Bush y su gobierno en retirada le impiden votar medidas de largo plazo y porque Obama evitó participar en la cumbre como manera de preservarse durante la transición y evitar tener que dar respuestas por anticipado. Pero también es un fiel reflejo de cómo han actuado hasta ahora los países imperialistas que, más allá de los discursos, no avanzaron en acciones coordinadas que transciendan las fronteras nacionales, sino que cada país salió al rescate de sus propios bancos y empresas, como se pudo ver al interior de la Unión Europea. Lo más novedoso entonces no fueron las resoluciones, sino la extensión de este tipo de reuniones a las principales economías emergentes. Esto expresa la aparición de actores con peso en la economía mundial a los que se les da un nuevo reconocimiento, como expresión de la decadencia de la hegemonía norteamericana agravada por la profundidad de la crisis económica (no tanto para América Latina que representa sólo el 7% del PBI mundial, sino esencialmente para China, India o Rusia, aunque este último ya formaba parte del G8), pero también por la necesidad de EE.UU. de quitarle protagonismo a la UE en esta cumbre. Como afirma el semanario The Economist “El origen de la reunión se encuentra en una brabuconada política: el presidente francés, Nicolas Sarkozy y el primer ministro británico Gordon Brown habían llamado a una reunión al estilo Bretton Woods II para pavonearse frente a Estados Unidos en el escenario internacional. George Bush insistió en una reunión del G20, en parte para diluir el ataque europeo” (Not a bad weekend’s work, 16/11). Para dejar en claro que la cumbre terminaría, como máximo, anunciando algunos cambios cosméticos, el día previo a la reunión, Bush pronunció un discurso de abierta defensa al capitalismo y al libre mercado, como si nada tuvieran que ver con la crisis actual y rechazó de plano cualquier intento de mayor proteccionismo o excesiva regulación. Increíblemente, y más allá de algunas resoluciones particulares, esta fue la posición que terminó imponiéndose en la cumbre. En el terreno de la regulación, si bien el bloque de la UE incluyó en el texto que los “mercados, productos y actores financieros” tienen que estar “sujetos a supervisión”, esto rápidamente quedó equilibrado con una serie de límites como el de asegurar que “esa regulación (…) no ahogue la innovación y aliente el comercio extendido en productos y servicios financieros”, es decir, una defensa del tipo de “instrumentos financieros” ¡¡que desataron la crisis actual!! Por su parte, los anuncios de reformas del FMI y el Banco Mundial (pregonados por Europa y en las que podría tener un peso mayor China), quedaron para resolver en una futura cumbre. Por ahora el FMI demostró seguir apegado a los “vicios” de los años neoliberales y como condición para el reciente préstamo otorgado a Hungría, este país debió, entre otras cosas, comprometerse a suprimir el pago de aguinaldo y congelar los salarios de los empleados públicos. A pedido de EE.UU., la cumbre especificó que los países no aplicarán nuevas medidas que traben el comercio internacional ni “caerán en el proteccionismo”. Un marco ideal en el que Bush pidió revivir las negociaciones de la Organización Mundial de Comercio conocida como Ronda de Doha. Es decir, una receta 100% neoliberal: pedir la apertura a las economías de los países “emergentes” sin eliminar los subsidios que los países imperialistas mantienen a sus productos. Finalmente, entre las medidas adoptadas, la más novedosa parecía ser la utilización de incentivos fiscales y monetarios para reactivar la demanda, pero en este punto los países no sólo evitaron comprometerse a realizar acciones conjuntas, dejándolo en manos de cada país, sino que la resolución afirma que se debe garantizar la “sostenibilidad fiscal” de las medidas. Esto parece un mal chiste considerando el aumento del déficit y de la deuda pública de las principales potencias, y que según el FMI el “estímulo fiscal” para amortiguar parcialmente los efectos de la recesión debería ser de aproximadamente 1.2 billones de dólares (2% del PBI mundial). Aún cuando no es claro que esta medida vaya a ser efectiva, la noticia llega en mal momento para las principales potencias imperialistas que ya han desembolsado miles de millones de dólares en el rescate del sistema financiero y ahora tendrían que diseñar planes similares para la “economía real”, ni hablar de las economías emergentes que como México o Brasil ya acudieron a la ayuda directa de la Reserva Federal norteamericana para evitar una hiperdevaluación de sus monedas. Ante la profundización de la crisis, una salida de los trabajadores La baja en los mercados mundiales el lunes posterior a la cumbre se encargó de mostrar que la crisis avanza de manera vertiginosa y los resultados de la reunión quedaron sepultados bajo una montaña de malas noticias. El anuncio de la entrada en recesión de Japón, la segunda economía más poderosa, siguió este lunes a anuncios similares de EE.UU. y la UE durante la semana pasada. El mismo día, el Citigroup anunció el despido de más de 50.000 trabajadores y el recorte de un 20% en sus gastos. Por su parte las tres principales automotrices norteamericanas declararon ante el Senado que si no les entregaban el paquete de ayuda por 25.000 millones de dólares podrían declararse en quiebra antes de navidad afectando directamente a millones de trabajadores. Es decir, mientras el G20 discute si es necesario o no un programa de mayor intervención estatal para, en última instancia, intentar rescatar a sus propias burguesías, la fugaz extensión de la recesión a nivel mundial está multiplicando los anuncios de despidos y suspensiones, convirtiéndose en la principal amenaza que hoy se cierne sobre millones de trabajadores alrededor del mundo y que fue a su vez el gran ausente en la cumbre del G20. Es probable que de profundizarse la crisis y la recesión en curso, los gobiernos del G20 ni siquiera puedan mantener acuerdos mínimos como los que acaban de firmar y las tendencias proteccionistas emerjan en los distintos bloques y países en defensa de sus propias burguesías. Los trabajadores no podemos confiar en que los gobiernos burgueses, que son los que nos llevaron a la crisis actual, vayan a sacarnos de ésta. De una u otra manera, intentarán descargar los efectos de la crisis sobre nuestras espaldas. La clase obrera debe luchar por un programa que golpee la bases materiales de los capitalistas. Ante las amenazas de despidos debemos exigir la apertura de los libros de contabilidad y la expropiación sin pago de toda empresa que cierre o despida y su puesta en funcionamiento bajo control obrero. ¡Ni un solo peso para salvar los bancos y empresas capitalistas! Para impedir la fuga de capitales y garantizar el crédito barato para las familias trabajadoras, pequeños comerciantes y las clases medias empobrecidas es necesario luchar por el monopolio estatal del comercio exterior y por la expropiación y nacionalización de todos los bancos, en un solo banco estatal bajo control de los trabajadores y comités de usuarios.
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