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Otros Artículos / Comunicados, volantes y declaraciones

Jueves 1ro de diciembre de 2011

PRIMER TURNO DE LAS ELECCIONES PARLAMENTARIAS

Egipto: Demasiado poco para apagar la hoguera

Por Eduardo Molina


El 28 y 29 se efectuó en parte de El Cairo, Alejandría y otras regiones la primera fase de las elecciones legislativas, que con un complejo mecanismo de elecciones regionales escalonadas en tres fases terminará recién en marzo. La asistencia, afirma el gobierno, fue masiva y “sin incidentes” aunque en medio de un enorme despliegue militar y policial y numerosas denuncias por “irregularidades”, y mientras no se han apagado totalmente los rescoldos de una semana de movilizaciones en torno a la Plaza Tahrir, con más de 40 muertos y un millar de heridos bajo la brutal represión gubernamental.

En esta votación se elige a un tercio de los representantes que integrarán el cuerpo electivo. Según los primeros escrutinios, el Partido de la Libertad y la Justicia (PLJ), dirigido por los Hermanos Musulmanes (HM) figura en primer lugar, seguido por el partido Nour, alianza de los islamistas salafitas (ultrarreligiosos), y más atrás, por corrientes liberales como la Alianza por el Cambio (dirigida por El Baradei), el Bloque por Egipto (de centroizquierda, con partidos como Taganmu, el PSD, etc.). También buscan reciclarse bajo nuevas siglas diversos sectores de ex-mubarakistas del disuelto PND.

Los resultados de esta primer fase (al cierre de esta nota) parecen confirmar el ascenso del bloque islámico “moderado” encabezado por los HM, fenómeno que parece avanzar también en Túnez (como mostraron las elecciones a Constituyente en que se impuso el Ennahda). Sin embargo, el escenario político está abierto, no está definido que puedan finalmente consolidar una “transición a la democracia” controlada y retaceada, donde las FFAA sigan jugando un rol fundamental como pilar del régimen detrás de un gobierno civil títere, ni que cristalice un sistema de partidos donde junto a los demócratas burgueses laicos, se integre el islamismo moderado (que puede mantener no pocas contradicciones con EE.UU. e Israel) en un régimen funcional a los intereses de la gran burguesía egipcia y el imperialismo.

Entre las movilizaciones y las contradicciones políticas

Aún está por verse si este plan podrá consolidarse, pues el proceso revolucionario abierto en enero con la caída de Mubarak sigue vivo, como lo ratificaron las jornadas de la semana pasada, donde cientos de miles se volcaron a la Plaza Tahrir y a las calles de El Cairo, Alejandría y otras grandes ciudades, protestando contra las pretensiones de los militares de alargar los tiempos de la “transición” y reservarse la tutela sobre el futuro régimen, y marcando que millones han perdido las ilusiones iniciales en el Ejército.

Bajo la presión de las movilizaciones renunció el gabinete de Sharraf, y el mariscal Hussein Tantawi, cabeza del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA), debió prometer que las elecciones presidenciales serían en julio de 2012, y ofrecer otras concesiones, además de designar a Kamal Ganzouri -viejo colaborador de Mubarak- para formar un nuevo gobierno en los próximos días y crear un “concejo civil consultivo” que podría incorporar a representantes de los partidos tras una fachada de “gobierno de salvación nacional”.

Las jornadas de septiembre no se transformaron en un nuevo

levantamiento de masas capaz de derrotar al plan de la reacción, pero conmovieron al poder y representaron el inicio de un segundo momento en el proceso egipcio, con el comienzo del enfrentamiento de las masas con las FF.AA., que 9 meses atrás, dejando caer a Mubarak, habían podido mostrarse como “amigas del pueblo”. Como teme la prensa, mostraron las tendencias a “Una segunda revolución” en el que “Lo más peligroso que puede darse es el deterioro de la relación entre el pueblo y el ejército” (Al Akbar, 23/11).

Sin embargo, la Hermandad Musulmana (que al principio se sumó a las protestas y luego negoció con los militares) y otros partidos sostuvieron a las Fuerzas Armadas, viabilizando las elecciones, con lo que el CSFA logró un importante respiro y el plan de “transición” dio un paso adelante, aunque no sin contradicciones y fisuras, como las divisiones sufridas por los HM (al romper su juventud) y las fisuras en la credibilidad del plan electoral de lo que son muestra las declaraciones de votantes como la que recoge El País (29/11) de un joven explicando: “He ido al colegio electoral vestido de negro en señal de luto por los caídos en Mohamed Mahmud [la calle donde se desarrollaron los enfrentamientos más graves], pero lo he hecho porque es mi forma de decirle al Consejo [militar], que quiero democracia”, evidenciando que los militares y su plan no cuentan con un “cheque en blanco” entre las masas.

Además siguen abiertas contradicciones en el plano político, entre el Ejército y los partidos liberales y musulmanes que reclaman apurar el traspaso del poder, como ya adelantó Mohammed Mursi, lider de los HM, planteando que el nuevo Parlamento debería formar Gobierno, ya que un gobierno “que no esté basado en una mayoría parlamentaria no puede llevar su trabajo a la práctica” (www.eldiario24.com, 30/11).

Sin embargo, el Ejército, en cuanto pilar del Estado y del régimen y ejerciendo el poder político través el CSFA, y por tanto comprometido directamente en el intento de estabilizar la situación, difícilmente pueda resignar sin más sus atribuciones, aun con un nuevo gobierno civil como fachada.

En estas condiciones, aunque es probable que las masas deban pasar por la experiencia con este proceso electoral y la tramposa elaboración de una nueva Constitución resuelta en las alturas ¿hasta dónde podrá avanzar el intento de canalizar por la vía de una “transición” controlada en estos términos el profundo proceso de masas que vive Egipto? Dada la profundidad del proceso revolucionario en curso, no parece una tarea sencilla para los militares, la burguesía y el imperialismo. El segundo acto del proceso revolucionario sigue abierto.

Los motores profundos del descontento

“¡Esta es una revolución de los hambrientos! Los egipcios hemos tenido suficiente” decía a los periodistas Amr Ali Mohammed, joven manifestante en un descanso de los combates con la policía (The New York Times, 23/11).

Es que las penurias económicas y sociales de las masas se entrelazan con sus aspiraciones democráticas tras décadas de dictadura y el odio a las corruptas camarillas que se enriquecieron a su sombra.

La contradicción entre las expectativas de los trabajadores, los jóvenes y el pueblo (que esperan mejoras salariales, empleo, servicios sociales, etc.) y el rumbo económico en el que son ellos los que deben pagar el costo de la crisis, se combina con la contradicción entre las profundas aspiraciones democráticas de las masas y la política del CSFA de restaurar la autoridad y el orden -manteniendo la ley de emergencia, la represión y las persecuciones, los tribunales militares, instaurando el límite del derecho a huelga, etc.-, preservar el poder de los militares y la subordinación al imperialismo. Todo ello pone estrechos límites al plan de transición controlada auspiciado por Estados Unidos y las potencias europeas y se constituye en un motor para el desarrollo de la movilización, sobre la base de las nuevas relaciones sociales de fuerza creadas con el comienzo del proceso revolucionario.

Un amplio proceso de organización y movilización obrero y de masas Si bien en las movilizaciones de la semana pasada el movimiento obrero no se lanzó a la huelga de masas, distintos sectores avanzados no dejaron de pronunciarse. Por ejemplo, ante la llegada de toneladas de gases lacrimógenos desde EE.UU. los trabajadores portuarios de Suez se negaron a descargarlos (Al Ahram online, 29/11).

Innumerables acciones, desde huelgas por salarios y por el pase a planta de obreros temporales a la creación de nuevos sindicatos, muestran al movimiento obrero como un protagonista fundamental, lo que, dado el peso estructural del proletariado en Egipto, anticipa el decisivo potencial revolucionario que tiene su irrupción en el proceso revolucionario. Las luchas obreras no pueden ser vistas como simplemente “económicas”, pues hasta las demandas más elementales se entrelazan con otras políticas -por el derecho a organizarse, contra los directores mubarakistas, etc., expresando los sentimientos antidictatoriales, y al ser ejercidas por millones en el caldeado ambiente egipcio tienden a adquirir carácter político.

Hay que recordar que las grandes huelgas de 2008 en textiles como la gran planta de Mahalla (10.000 obreros) están entre los antecedentes del levantamiento de enero y que la perspectiva de que los paros en fábricas, puertos, servicios y reparticiones estatales se convirtieran de hecho en una huelga general fue un elemento clave en las jornadas que decidieron la suerte de Mubarak.

En los 9 meses transcurridos, el proceso de lucha y organización se ha extendido y fortalecido a pesar de la dura legislación antihuelgas introducida el 24 de marzo con la Ley 34. Las huelgas han abarcado a múltiples sectores, a la industria como a los empleados públicos, y al calor de las mismas surgieron comités de huelga y decenas de nuevos sindicatos. Como parte de ello, en septiembre decenas de miles de maestros, médicos, trabajadores de la salud y del transporte realizaron una gran huelga, los obreros de grandes empresas privatizadas demandaron la renacionalización (como en las hilanderías de Polvara y de Alejandría, mientras que ya la consiguieron la Shebin El-Kom Textile Company, la textil de Tanta y la Compañía de Calderas), y hasta salieron a la huelga los trabajadores de la Biblioteca y de la Ópera de Alejandría.

Como reflejo “por arriba” de la irrupción obrera, a fines de enero, en torno a RETA (el sindicato de los empleados estatales de la administración tributaria) y otros sectores (jubilados, de la salud y profesores) nació una federación independiente de sindicatos. Posteriormente la ETUF (la central única que era parte del régimen mubarakista) fue intervenida aunque no disuelta y se intenta “reciclar” a los sectores menos desprestigiados de la vieja burocracia de la ETUF para canalizar el tumultuoso movimiento. Es cierto que los elementos de autoorganización -comités de lucha, de autodefensa y otros, surgidos por abajo en enero- no se desarrollaron ni centralizaron y más bien retrocedieron en estos meses, pero la experiencia está viva y latente y puede ser retomada en nuevas fases de la movilización para edificar formas superiores de frente único de masas de tipo soviético, como coordinadoras o consejos.

Además de los trabajadores, otros sectores sociales, entre la juventud, las clases medias y el campesinado, se ponen en movimiento. Las autoridades mubarakistas en las universidades se vieron arrinconadas y en algunas se impuso la elección democrática de rectores y decanos, mientras se desarrolla un importante movimiento estudiantil, que hace parte de la “shabab” (juventud rebelde), que ganó protagonismo en enero.

El campesinado es un sector social de gran importancia en Egipto. Millones de fellahs pobres viven de los cultivos en pequeña escala en las márgenes del Nilo. En abril, una camada de jóvenes educados de origen rural impulsó la creación de una Federación independiente del sector, y afirma haber entregado ya 650.000 formularios de afiliación. (The Egyptian Gazette, 9/11). En las asociaciones profesionales también soplan vientos democráticos, como en la Asociación de Abogados donde uno de ellos afirma: “Es tiempo que los abogados elijamos la directiva de nuestra propia unión sin presiones de los agentes de la Seguridad de Mubarak” (TEG, 21/11), reflejando el estado de ánimo de la pequeña burguesía urbana.

Completar la tarea iniciada en enero

El levantamiento de enero derribó a Mubarak y asestó duros golpes al andamiaje del régimen, pero no lo destruyó. Esto permitió a las FF.AA. retener el poder y recuperar la iniciativa política con el plan de “transición” para defender, con el apoyo imperialista, la herencia de la dictadura, desde la impunidad para sus incontables crímenes y los jugosos negocios de la corruptela, a los acuerdos con Estados Unidos e Israel. Al mismo tiempo que las masas conquistaron con su lucha amplias libertades políticas, las mismas siguieron estando amenazadas por la represión y por la supervivencia de muchos de los más siniestros elementos del viejo régimen. Así, aunque la nueva relación de fuerzas sociales impuso un margen de libertades inédito, hay 12.000 civiles enjuiciados por causas políticas, entre ellos el popular bloggero Alaa Abd El-Fattah, encarcelado bajo cargos de “terrorismo”, se sigue torturando en las cárceles y la policía aún recurre a los métodos más bárbaros, como el acoso sexual y las torturas a las detenidas mediante el llamado “test de virginidad”.

Es evidente que no bastó derribar al odiado dictador, sino que es preciso remover hasta los cimientos del viejo régimen y sus podridas instituciones, en que se entrelazan estrechamente los intereses de la cúpula militar, los antiguos jerarcas de la dictadura y los grandes capitalistas. No es un hecho menor que las FF.AA. bajo Mubarak acumularan un gran poder económico y participación en grandes negocios, ni que reciban anualmente 1.300 millones de dólares de ayuda militar yanqui. Todo ello, a pesar de la desintegración del odiado “partido único” del PND muestra que el régimen, sus instituciones fundamentales como las FF.AA., la justicia y los servicios policiales y el Estado en su conjunto mantienen un carácter profundamente bonapartista y reaccionario.

Mientras que para las clases privilegiadas, temerosas de la irrupción de los explotados y pobres, la revolución debe detenerse con el régimen político sin cambiar el orden económico y social, y debe llevar a la construcción de un nuevo “sistema político” en una “transición” lo más ordenada posible, para las masas trabajadoras se trata de llevar hasta la raíz el desmantelamiento del antiguo régimen pues recién comienza aquí la posibilidad de respuesta a sus demandas más acuciantes.

Es falso e ilusorio sostener que el proceso pueda triunfar como “revolución democrática” mediante un simple cambio de régimen. La caída de Mubarak no fue la coronación del triunfo sino sólo el primer paso del proceso revolucionario y la historia de estos nueve meses no es más que la historia de la pugna del CSFA, respaldado por la alta burguesía y el imperialismo y con la complicidad de los partidos liberales y musulmanes, para contener y desviar al movimiento de masas y recomponer la autoridad del Estado burgués.

Frente a esto, no se puede ceder a los figurones de la democracia como El Baradei y su programa de negociación, absolutamente impotente y servil ante los militares, aunque se postulen como representante de “la Plaza”, ni por supuesto ante la HM y otras expresiones de colaboración de clases, sean laicas o religiosas.

No sólo las reivindicaciones de amplia democracia política de las masas se verán estafadas o recortadas, sino que las demandas democráticas estructurales son irresolubles si no se enfrenta y derrota al CSFA y se procede a la más profunda “limpieza” en todos los niveles con los métodos de la movilización. La gran lección del proceso egipcio (y de la “primavera árabe” en general) es que ninguna de las demandas estructurales profundas del movimiento de masas puede ser resuelta en los marcos del capitalismo y que no alcanza con derribar a un odiado dictador, sino que es necesario destruir el Estado burgués y las relaciones sociales de explotación en las que se basa, en la dinámica de revolución permanente que debe llevar a los trabajadores al poder.

En términos políticos, es preciso completar la tarea iniciada en enero pero aún inconclusa: derrotar el plan militar e imperialista de una “democracia vigilada” y responder a las demandas económicas, sociales y políticas impostergables de los obreros y campesinos.

Pero esto no se puede lograr mediante la colaboración de clases con los figurones burgueses como Baradei y los islamistas como Mussa sino con los métodos de la revolución proletaria. La perspectiva estratégica es retomar el camino de la movilización, forjando la alianza obrera, campesina y popular hacia una huelga general política de masas que, al calor de la organización y centralización de comités, coordinadoras y consejos, desarrollando el armamento de masas y ganando a los soldados para su causa con una política para quebrar el poder de la casta de oficiales, instaure un poder obrero y campesino, es decir, llevando al triunfo una verdadera revolución, obrera y socialista.





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