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Jueves 24 de febrero de 2011

SE EXTIENDE LA PRIMAVERA ARABE: KADAFI PIERDE EL CONTROL EN LA MITAD DEL PAIS

Libia: entre la rebelión y la descomposición del régimen

Por: Celeste Murillo , Juan Andrés Gallardo


Tras las movilizaciones en Túnez y Egipto, que acabaron con los gobiernos de Ben Ali y Mubarak, las protestas se extendieron a otros países del Norte de África y Medio Oriente. El caso más significativo es, sin duda, el de Libia, por dos factores fundamentales. En primer lugar, por su rol como productor de petróleo (es el cuarto productor de África y el que tiene las mayores reservas del continente) que puso en alerta a las burguesías de todo el mundo por las consecuencias que el aumento del crudo pueda tener en la crisis económica. En segundo lugar, porque a diferencia de Túnez y Egipto, donde el ejército se mantuvo como garante de la estabilidad, preservándose y jugando un rol en la transición, en Libia las fuerzas armadas aparecen divididas, puesto que sectores enteros desertaron para unirse a la rebelión o se negaron a reprimir las protestas.

La chispa que encendió las protestas se extendió rápidamente. El 16/2, miles de personas se reunieron para exigir la libertad del abogado defensor de presos políticos Fethi Tarbel, hecho que culminó en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad. El 17/2, inspirándose en Egipto, se convocó el “Día de la Ira” contra el opresivo régimen de Muammar Kadafi, en el poder desde 1969. A partir de ese momento, el gobierno reprimió duramente las movilizaciones, provocando cientos de muertos en las ciudades del este del país, donde se concentraron las protestas.

Bengazi y Al Bayda, la segunda y tercera ciudades en importancia después de la capital, Trípoli, están ubicadas en la empobrecida región oriental (ver recuadro), de larga tradición opositora al régimen de Kadafi. En Bengazi, a principios de enero ya había habido revueltas espontáneas en demanda de viviendas sociales.

El 18/2, en esta ciudad, donde vive un sexto de la población de Libia (nación habitada por un total de 6 millones de personas), los manifestantes ocuparon la radio estatal, desde donde comenzaron a transmitir para contrarrestar el silencio de los medios oficiales, y rápidamente tomaron el control de la ciudad con el apoyo de la policía local, que se unió rápidamente a la protesta.

El 19/2, el hospital de Bengazi ya informaba 200 muertes y casi 1.000 heridos, y se denunciaba la presencia de mercenarios que atacaban a los manifestantes desde autos sin patente. La gente comenzó a armarse como pudo para defenderse de los ataques del gobierno y los mercenarios. El mismo 19/2 marcharon en Trípoli por primera vez los opositores a Kadafi, ciudad donde hasta ese momento solo se habían movilizado sus seguidores.

El proceso insurreccional en el este y la división en las fuerzas armadas

El domingo 20/2, uno de los hijos de Kadafi, Seif al-Islam, anunció por cadena nacional que la respuesta del régimen sería aplastar las protestas “a sangre y fuego”, trató a los opositores de “terroristas” y, en un mensaje que parecía más bien destinado a los países imperialistas, dijo que el petróleo “quedaría en manos de criminales”. La brutalidad de la represión de los últimos días, que duplicó la cantidad de manifestantes asesinados llegando a los 600 (la información varía según la fuente), no hizo más que mostrar la decadencia y el desmembramiento del gobierno de Kadafi, que prometió dejar la “tierra arrasada” antes de irse. Esta respuesta brutal ha intentado, infructuosamente, frenar la dinámica del proceso revolucionario abierto en Libia a partir de que un proceso insurreccional en las dos principales ciudades del este del país logró dividir al Ejército que se pasó a la oposición, dejando a Bengazi y Al Bayda fuera del control del gobierno de Trípoli. En estas ciudades el tránsito es dirigido por voluntarios, en su mayoría jóvenes, la población se cuida y se defiende por su cuenta y se organizan comidas colectivas. Situaciones similares se vivieron en otras ciudades de oriente como Tobruk, que, según la agencia Reuters, “celebraba su liberación con ráfagas de metralleta y manifestaciones de júbilo en las calles, y mientras un grupo de manifestantes derribaron el monumento al dictador, otros rasgaban sus retratos” (El País, 23/2).

A las deserciones militares les siguieron las renuncias de varios embajadores (de Estados Unidos, India, China, Gran Bretaña, Indonesia y la Liga Árabe) además de altos funcionarios como los ministros de Justicia y del Interior, que pidieron el fin de la brutal represión.

El Ejército, que se encuentra históricamente cruzado por divisiones tribales, reaccionó frente al levantamiento popular y la orden de Kadafi de bombardear a los opositores plegándose a las movilizaciones (como en Bengazi) o negándose a reprimir (como los pilotos de la Fuerza Aérea que desviaron sus aviones hacia el aeropuerto de Malta, donde se encuentran refugiados), mientras que otro sector, leal a Kadafi, está llevando a cabo una verdadera masacre (algunos medios ya hablan de miles de muertos).

Estas divisiones se suman a las que ya venían desarrollándose al interior del régimen de Kadafi alrededor de una sucesión “dinástica”, atravesada por la pelea de dos de los hijos de Kadafi, Seif al-Islam y Motassem: el primero, aliado de Shokri Ghanem (presidente de la Corporación Nacional de Petróleo) e impulsor de reformas aperturistas, tanto económicas como políticas (aunque limitadas); el segundo, aliado a la vieja guardia del Ejército y al frente del Consejo Supremo de Asuntos Energéticos y partidario de mantener la línea de mano dura del régimen.

Perspectivas de la crisis del régimen

El rápido desarrollo de los acontecimientos parece haber dejado esta “pelea” por la sucesión a destiempo, en medio de la acelerada descomposición del régimen. Con este derrumbándose, las crisis y divisiones se han potenciado, abriendo un escenario donde parece cada vez más improbable cualquier salida “institucional”. Incluso no se puede descartar que, por la importante producción petrolera y por temor a la radicalización y expansión del proceso, los funcionarios salientes empiecen a pedir -algunos ya lo hicieron- sanciones diplomáticas y la intervención de la ONU y otros organismos internacionales. Obama y su secretaria de Estado, Hillary Clinton, dijeron que es necesario “parar el baño de sangre” y que “la paz” debe volver a Libia. En boca de los imperialistas esto no es más que la justificación preventiva para una posible intervención, que no representará ninguna salida para las y los trabajadores y el pueblo libio, sino que profundizará la sumisión y opresión del país. Nada progresivo vendrá de una intervención del imperialismo.

Ante tal escenario, empiezan a oírse rumores de golpe de sectores del Ejército que buscarían derrocar a Kadafi y formar un Consejo con figuras públicas y militares para dirigir el país. Sin embargo, el ejército de Libia, a diferencia del de Egipto, no cuenta con tanto prestigio y simpatía entre la población y muestra divisiones y enfrentamientos internos sobre bases tribales. Esto incidirá en las posibilidades de jugar un rol estabilizador y hace más complicada la búsqueda de una salida política.

En este marco, la posibilidad de que, ante el intento de Kadafi de resistir a sangre y fuego, los acontecimientos desemboquen en una insurrección obrera y popular está presente. Aun si Kadafi finalmente cae, un nuevo gobierno podría ser débil y sin autoridad, con lo que se prolongaría una situación muy inestable, y no sería de descartar una “balcanización” de las tres zonas tribales que le dieron sustento al estado unificado e, incluso, una guerra civil.

Entre tanto, y mientras los enfrentamientos en Libia continúan desarrollándose, parecen mostrar que la crisis económica internacional, con sus secuelas para las masas obreras y populares, ha comenzado a encontrar una respuesta virulenta en la “Primavera Árabe”, que ya contó con la caída de dos gobiernos y cuya extensión parece estar radicalizándose y haciéndose más poderosa.


La Libia de Kadafi

El 1 de septiembre de 1969 el coronel Muammar al-Kadafi encabezó el golpe militar, de tintes nacionalistas, que terminó con la monarquía del rey Idris. Apoyado en el “Libro Verde”, obra que concentra la doctrina de Kadafi, el régimen se encaminó a lo que el líder libio llamó “socialismo”. La ex colonia italiana, un gran productor de petróleo, era, sin embargo, un país profundamente empobrecido con una monarquía obscenamente rica. Este trasfondo social hizo que el golpe tuviera casi nula resistencia.

Durante la primera década, Kadafi pasó a la órbita del Estado la producción petrolera y aumentó las ganancias generadas por el crudo. De esta forma, aumentó el gasto en programas sociales, especialmente en salud y viviendas populares.

Durante la segunda década, el régimen puso restricciones a las empresas privadas y bancos, y fomentó una relativa distribución de tierras en la región al oeste de Trípoli, la capital.

Esta política de gasto social, luego de décadas de absoluta pobreza, no fue distribuida equitativamente entre las regiones. Así, se profundizaron antiguas divisiones tribales (que Kadafi utilizó mediante alianzas y pactos), sobre las que se apoyan divisiones políticas y regionales, como sucede en el Este del país, que fue históricamente postergado y deliberadamente empobrecido por Kadafi y hoy es el centro de la oposición al régimen.

Oriente rebelde

La antigua región de Cirenaica (Libia oriental, donde está Bengazi) está enfrentada históricamente a Tripolitania (considerado el feudo de Kadafi, hoy Trípoli). Durante gran parte del dominio colonial, Italia mantuvo el control de ambas regiones por separado.

El este fue el hogar del “gran héroe” de la independencia de Libia, Omar el Muktar, y del Rey Idris, que gobernó el país desde la independencia en 1951 hasta el golpe de Kadafi. Desde el golpe, la región fue marginada económica y políticamente, y el poder político se ha concentrado en el occidente, alrededor de Trípoli. Estas divisiones aun siguen vivas en la población e incluso en el Ejército (han provocado crisis y hasta atentados contra Kadafi). Además de estas dos regiones, la Libia actual se basó también en la región desértica del sur, Fezzan, donde actualmente vive solo el 10% de la población, frente al 60% de la antigua Tripolitania y el 30% de la Cirenaica. De la “Tercera teoría universal” al giro neoliberal

El “Libro Verde” de Kadafi se declaraba alternativo al comunismo y el capitalismo a favor de una “Tercera Teoría Universal”: la vuelta al Islam en los planos político y económico, doctrina que mantuvo durante las primeras décadas.

A finales de la década de 1980, y con la población alineada detrás de Kadafi después del bombardeo de EE.UU. en 1986 (ver recuadro), el régimen libio comenzó a aplicar recetas neoliberales: privatizaciones, apertura de la economía y una reforma de la agricultura y la industria. Como culminación de este proceso, en 1988 se abolieron las cuotas de importaciones y exportaciones.

Una de las principales figuras de estas reformas neoliberales fue Shokri Ghanem, el representante de la poderosa Corporación Nacional del Petróleo, que aceleró las reformas buscando mayores inversiones para el sector petrolero mediante los “Acuerdos de Exploración y Producción de Cooperación” con compañías imperialistas. Uno de los grandes aliados de Ghanem será uno de los hijos de Kadafi, Seif al-Islam, formado en Londres y partidario de las reformas económicas y políticas.

Las consecuencias sociales de estas reformas, como un 30% de desocupación y 40% de pobreza (con el aditamento de las divisiones tribales y políticas), alimentaron la oposición al régimen, que hoy luego de varias décadas estalló en revuelta.


Hipocresía imperialista y buenos negocios

Ante las movilizaciones que se han extendido por el Norte de África y Medio Oriente, los países imperialistas han desplegado un discurso cargado de cinismo que pide respeto por los “derechos humanos” ante las brutales represiones, mientras ocultan los 30 años de apoyo a las dictaduras y monarquías despóticas de la región con las que no solo hicieron “buenos negocios” sino que mantuvieron su dominio mediante sus agentes regionales, en una zona estratégica para sus intereses. El caso de Libia no fue una excepción.

Kadafi fue presentado durante años por el imperialismo como un terrorista. Fue vinculado en la década de 1980 con varios atentados, como el que derribó al avión de la compañía PanAm sobre la localidad escocesa de Lockerbie en 1988; contra los aeropuertos de Viena y Roma en 1985, y a una discoteca en Berlín, frecuentada por soldados estadounidenses. Por este último motivo el ex presidente norteamericano Ronald Reagan ordenó una serie de bombardeos contra Libia (1986) y se aplicaron sanciones internacionales al país (1992).

Sin embargo, durante la última década las reformas neoliberales, los negocios petroleros y la ayuda prestada en la “guerra contra el terrorismo” convirtieron al excéntrico dictador en un fiel aliado de EE.UU. y el imperialismo europeo.

En el año 2003, Kadafi asumió la responsabilidad del atentado de Lockerbie y pagó una indemnización millonaria a las familias de las víctimas, al mismo tiempo que anunció públicamente su renuncia al uso de “armas de destrucción masiva”. Poco tiempo después, las principales empresas petroleras norteamericanas y europeas ya estaban operando en el país. En 2004, el primer ministro británico Tony Blair visitó Libia y presentó a Kadafi como un socio en la “guerra contra el terrorismo”. En 2008, Condoleezza Rice se convirtió en la primera secretaria de Estado norteamericana en visitar Libia desde la década de 1950. Kadafi encarceló y entregó a militantes acusados por EE.UU. de ser responsables de atentados para que sean juzgados en la corte internacional de la Haya.

Italia, por su parte, tiene importantes inversiones petroleras en el país, y el fondo soberano de inversión libio controlado por la familia Kadafi es uno de los principales inversionistas en importantes empresas y bancos italianos. Además, Kadafi venía de firmar en 2008 un acuerdo de cooperación con Italia por el cual se comprometía a controlar los flujos migratorios del Magreb con su propio ejército. Esta es la razón por la cual, hasta hace unos días, Berlusconi respaldaba incondicionalmente al gobierno de Libia y el ministro de Relaciones Exteriores italiano se sumaba al discurso pronunciado por el hijo de Kadafi en cadena nacional que agitaba el fantasma del “peligro” de un nuevo “Emirato Islámico de Bengazi”, con el claro objetivo de desprestigiar las manifestaciones opositoras en el este del país que ya estaban fuera del control de Kadafi.

La verdadera preocupación imperialista es el impacto que el proceso revolucionario en curso, con insurrecciones en algunas de las principales ciudades, pueda tener en el suministro y el precio del petróleo. Libia tiene una producción de 1,5 millones de barriles diarios, sus reservas alcanzan los 42.000 millones de barriles y es el cuarto productor de petróleo de África. El país exporta el 79% de su petróleo a países de la Unión Europea, en particular Italia (32%), Alemania (14%), Francia (10%) y España (9%).

La producción de petróleo en Libia cayó un 25% en los últimos días, lo que provocó el aumento de su precio en el mercado mundial y generó también una creciente ola especulativa con los precios a futuro lo que podría profundizar los efectos de la crisis económica mundial. Esto es lo que despertó una verdadera alarma en las burguesías de todo el mundo.


Kadafi, “el Bolívar libio”

Mención aparte merecen Chávez y Fidel Castro que en varias oportunidades han destacado las cualidades “revolucionarias” de Kadafi; en el caso de Chávez en particular, ha llegado a decir que es el “Bolívar de Libia”. Estos últimos días, tanto Fidel Castro en sus “reflexiones” como el gobierno de Chávez, a través de su canciller Nicolás Maduro, balbucearon generalidades negándose a repudiar la brutal y sangrienta represión del “revolucionario” Kadafi sobre el pueblo libio.

Como se ve, ni los imperialistas que han venido haciendo buenos negocios con Kadafi (ver aparte), ni los “nacionalistas” o “progresistas” que presentan a este asesino como un “revolucionario antiimperialista” son alternativa alguna para los trabajadores y el pueblo de Libia ante la fractura y disolución del régimen.





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