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Jueves 6 de diciembre de 2012

ADMISIÓN DE PALESTINA COMO "OBSERVADOR" EN LA ONU Y REPRESALIAS SIONISTAS

Por una estrategia revolucionaria para la autodeterminación palestina

Por: Eduardo Molina , Graciela López Eguía


Por 131 votos a favor, 9 en contra y 41 abstenciones la Asamblea General de las Naciones Unidas admitió el 29/11 a Palestina como “Estado observador”. Esta votación fue una derrota diplomática para Israel y Estados Unidos, que refleja el descrédito del Estado sionista y el debilitamiento de la hegemonía norteamericana. Los cambios en la situación del Medio Oriente tras la “Primavera Árabe” se hacen sentir incluso en la enrarecida atmósfera de las alturas diplomáticas de la ONU. Así, mientras España, Francia, Italia y Rusia votaban a favor, estrechos aliados de Israel como Alemania prefirieron abstenerse y no acompañar a Obama y Netanyahu en su campaña contra la admisión de Palestina, pues buscan mejorar su imagen en el undo árabe.

Los palestinos han celebrado el estatuto otorgado a la Autoridad Palestina como un éxito y un paso hacia el reconocimiento internacional del derecho a tener su propio Estado. Sin embargo, ese reconocimiento “platónico” es sobre la base de las fronteras de 1967 (conagrando al de Israel y sus conquistas militares hasta ese año); no implica su reconocimiento como miembro pleno de la ONU, sólo habilita el acceso a algunas instituciones internacionales (Israel quiere evitar que pueda presentar demandas ante la Corte Internacional de Justicia) y tampoco significa pasos concretos hacia la constitución como Estado.

El gobierno de Netanyahu, que viene de sufrir el traspié político de tener que negociar una tregua con HAMAS tras los bombardeos de Gaza, contestó ratificando que no va a ceder en su política de opresión sobre los palestinos. En represalia, habilitó la construcción de 3.000 viviendas para colonos judíos en Jerusalén Este (de población palestina) que van a cercenar la continuidad territorial con Cisjordania, y la retención de impuestos a la Autoridad Palestina.

Ni “dos Estados” ni “un Estado”...

El Estado de Israel es un estado artificial, creación del imperialismo en 1948 como punta de lanza contra los pueblos árabes. Desde su fundación se ha basado en la “limpieza étnica” para fabricar una “mayoría judía”, expulsando a millones de palestinos de sus tierras, condenados en su gran mayoría a vivir como parias en campos de refugiados en Gaza, Siria, Jordania, Líbano, etc.

Con sucesivas guerras, como la “Guerra de los seis días” en 1967, el Estado sionista amplió sus fronteras arrinconando aún más a los palestinos en la franja de Gaza y Cisjordania, sometidas a un estrecho control fronterizo, aéreo y marítimo y donde Israel se arroga el "derecho" de hacer incursiones militares cuando lo crea conveniente como con el operativo “Plomo Fundido” (2009) y el reciente “Pilar de Defensa” contra Gaza.

La estrategia de Tel Aviv es absorber cuanto sea posible de esos territorios, instalando colonias y ocupando sus mejores tierras agrícolas y recursos hídricos, para dejar a los palestinos hacinados en pequeños “bantustanes” (áreas donde el régimen racista sudafricano quería encuadrar a los pueblos negros -algo parecido a “reservaciones indígenas”). El planteo reaccionario de los “Acuerdos de Oslo” de negociar una caricatura de Estado palestino (sin continuidad territorial entre la pequeña franja de Gaza y Cisjordania) subordinado al Estado de Israel y bajo su amenaza militar, se ha hundido porque Israel avanzó mucho más en la colonización de los territorios en estos años. Por eso el rechazo en Tel Aviv a los viejos acuerdos y a las insinuaciones de Obama de tomar las fronteras de 1967 como base para negociar entre el Estado de Israel y la Autoridad Palestina. Si era una utopía reaccionaria imaginar que ese plan imperialista de “dos estados” permitiría a los palestinos alcanzar su autodeterminación nacional, hoy es prácticamente inviable, salvo, como se ha dicho, como un pequeño archipiélago de “bantustanes” palestinos sometidos al “apartheid” sionista. Para el gobierno israelí, la constatación de que la heroica resistencia palestina no podría ser disuelta con la concesión de ese “pseudo-estado” llevó a radicalizar la opresión y avanzar aún más en el proceso de colonización. Pero este curso, luego de la Primavera Árabe y la caída revolucionaria de agentes dilectos del imperialismo y aliados a Israel como Mubarak en Egipto, va a contramano de la relación de fuerzas regional, donde las movilizaciones en el mundo árabe dan nuevo aliento a la resistencia palestina.

Los planteos de resolver el problema histórico palestino en “un Estado”, “democratizando” al Estado de Israel, también son inviables y utópicos. El Estado sionista es un enclave colonial que está fundado sobre la unidad entre Estado y religión. Este aspecto teocrático está sintetizado en la institución del Rabinato para regir la pautas culturales y sociales de la vida civil, el financiamiento de 1,5 millón de judíos ortodoxos, un oneroso presupuesto (junto al militar y las colonias) contra el que protestaba el movimiento de indignados que pedía "justicia social" en 2011. Es impensable reformar un régimen colonial sostenido sobre la Fuerza de "Defensa" de Israel, armada por el imperialismo y que cuenta con capacidad nuclear). Este ejército de ocupación de ciudadanos-soldados formado sobre la base de las viejas milicias sionistas que hacían atentados contra los campesinos palestinos antes de la fundación del Estado, es la garantía del salto en la cantidad de colonias u ocupaciones de tierra en Jerusalén oriental y Cisjordania. Es imposible transformar al Estado sionista y esa monstruosa maquinaria militar en una “democracia” que incluya al pueblo palestino en pie de igualdad, permita el retorno de los millones de expulsados y les devuelva sus tierras.

¿Qué estrategia para la liberación nacional palestina?

La justa causa nacional palestina y el pleno respeto a su derecho a la autodeterminación no pueden alcanzarse ni por la vía de colaboración directa con el Imperialismo que proponen Mahmoud Abbas y su organización Al Fatah que gobiernan Cisjordania, ni por la vía de la resistencia islamista de HAMAS que gobierna la Franja de Gaza y otros grupos.

La vía de la colaboración con el imperialismo y con las autoridades sionistas, reconociendo al Estado de Israel y las fronteras de 1967, que es la estrategia capituladora del gobierno de Al fatah, ha facilitado a los gobernantes israelíes el imponer la actual situación. El reconocimiento simbólico en la ONU con el que Mahmoud Abbas espera reverdecer su popularidad al mismo tiempo que busca calmar y seguir negociando con Israel, no va a obligar a Tel Aviv a retroceder en sus conquistas.

Tampoco ofrece una salida la política de HAMAS, que si bien se opone a la ocupación sionista, confía en la alianza con gobiernos burgueses musulmanes, como hasta hace poco Irán y ahora el Egipto de Morsi (que está reprimiendo las protestas contra su intento de concentrar poderes para consolidar el desvío del proceso revolucionario) y el régimen de Qattar (uno de los emiratos petroleros asociados a Arabia Saudita, que constituyen la vanguardia contrarrevolucionaria contra la Primavera Árabe), para los cuales el movimiento palestino es moneda de cambio en sus forcejeos con el imperialismo. El programa de HAMAS pretende erigir un Estado islamista (un proyecto político reaccionario), no llama a la unidad con la clase obrera y las masas árabes, no confía en la movilización de las masas.

El carácter y programa de esas direcciones impone sus límites y divisiones tanto en el terreno político como militar a la resistencia palestina. Esta tiene una larga tradición de autodefensa armada frente a la opresión israelí, derecho que defendemos incondicionalmente. A pesar de la enorme disparidad de fuerzas, sus distintas organizaciones se enfrentan en ocasiones al Ejército israelí, como hemos visto en la reciente crisis de Gaza. Sin embargo, cada corriente mantiene su propia estructura militar como instrumento de su propia política y a veces según criterios confesionales, impidiendo el armamento de masas y el desarrollo de milicias obreras y campesinas autoorganizadas y centralizadas. Así, Al Fatah convirtió a sus propias milicias en fuerza represiva en Cisjordania, con la ayuda de los servicios de inteligencia egipcios y para colaborar con la “seguridad” de Israel. HAMAS mantiene su propio aparato militar en Gaza, utilizándolo también para reprimir a sectores que escapan a su control. Otros grupos de la resistencia como la Yijad islámica recurren a veces a acciones de terror inconsultas y contraproducentes (concediendo pretextos para que Israel intente disfrazar su brutal opresión como “defensa contra el terrorismo islámico”).

Por el contrario, el método de la movilización revolucionaria, obrera y popular, basado en la autoorganización, e independiente de los proyectos de conciliación burgueses, es el camino para encarar las tareas políticas y militares de la lucha palestina. Distintos jalones de la heroica resistencia palestina, como las largas luchas de las “intifadas” mostraron esa vía, pero dadas las características del Estado colonialista y la extrema condensación de intereses y contradicciones de todo tipo en Medio Oriente, no es un camino que las masas palestinas puedan recorrer solas. Necesitan imperiosamente la más estrecha alianza con la clase obrera árabe en su conjunto, que tiene en Egipto a su más poderosa expresión: un proletariado industrial y de servicios de millones. En los países árabes hay una amplia simpatía por la causa palestina y gran repudio al Estado sionista. Su propia lucha por la liberación nacional y la resolución de sus demandas es inseparable de la lucha contra enclave imperialista del Estado de Israel. La lucha nacional palestina está en el corazón mismo de la revolución árabe.

¡Abajo el Estado sionista!

Los socialistas revolucionarios partimos del apoyo irrestricto e incondicional a la resistencia palestina y al pleno derecho de autodeterminación del pueblo palestino, esto es, el derecho del pueblo palestino a tener su propio Estado en el territorio histórico del que fuera despojado en 1948. Esto exige el desmantelamiento hasta los cimientos, es decir la destrucción, del Estado sionista de Israel, racista y colonialista y su maquinaria militar. Los trabajadores y jóvenes judíos que rechacen el plan colonialista y belicista de los Netanjahu y cía., deben romper con el bloque sionista y tender su mano a la justa lucha del pueblo palestino, pues como decía Marx, apelando al apoyo de los obreros ingleses a la rebelión de la entonces colonia de Irlanda: ningún pueblo que oprime a otro puede ser libre. La legítima aspiración nacional palestina sólo puede ser garantizada efectiva e íntegramente mediante la instauración por vía revolucionaria de una Palestina obrera y socialista sobre el conjunto de su territorio histórico, en el que podrán convivir en paz y con plenos derechos árabes y judíos. Esto es, como producto de una revolución acaudillada por la clase obrera que conquiste el poder en el marco de la lucha por una Federación Socialista de Medio Oriente. Esa tarea no es exclusiva de la clase obrera y las masas palestinas, que deben combatir contra un poderoso opresor en muy difíciles condiciones, entre ellas, la dispersión impuesta a sus fuerzas (una parte de los palestinos deben trabajar bajo patrones israelíes). Esa tarea es parte inseparable de la lucha del proletariado y las masas árabes, y a la que también deberá incorporarse aquella fracción de la clase obrera y la juventud en Israel que rompa con el sionismo y se sume a la lucha por echar al imperialismo de la región. La vuelta a escena en Egipto de la movilización de la poderosa clase obrera y de sectores populares, en medio del nuevo enfrentamiento palestino-israelí, abre una nueva perspectiva para la causa palestina.

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Debate con Izquierda Socialista

Una consigna etapista para la lucha palestina


La pax sionista

Por: Miguel Raider

Tras la masacre “quirúrgica” del operativo Pilar Defensivo, el gobierno derechista de Netanyahu y Lieberman sigue haciendo de las suyas. La construcción de 3000 viviendas que rompen la unidad territorial entre Jerusalén y Cisjordania y la confiscación de U$460 millones de los impuestos por mercancías exportables que recauda la Autoridad Palestina constituyen una nueva provocación contra el pueblo palestino. Ante la “iniciativa unilateral” de Abbas y la Autoridad Palestina de promover el reconocimiento de Palestina como “Estado observador” no miembro de la ONU, los funcionarios israelíes despotrican por la falta de vocación palestina para entablar “negociaciones bilaterales de paz” según los Acuerdos de Oslo de 1993, de los cuales hasta la misma derecha abjura, reduciéndose a la ilusión del sionismo de “izquierda” de Meretz y Paz Ahora, agrupamientos impotentes en franca declinación. Más allá de ciertas concesiones, las consecuencias de Oslo y su propuesta de “dos Estados” fueron la desarticulación política y militar de Gaza y Cisjordania, el salto cualitativo de la colonización en Jerusalén oriental y Cisjordania y la exclusión del derecho de retorno de 4 millones de palestinos, gran parte hacinados en campos de refugiados, una demanda democrática que alteraría el equilibrio demográfico en desmedro de la mayoría judía, un objeto inaceptable para el Estado sionista. Como sintetizó el gran intelectual palestino Edward Said, “Oslo fue la astucia del partido Laborista para crear una serie de bantustanes en los que Israel confinaría y dominaría a los palestinos” (Al Ahram Weekly On line, 1998). Es el anhelo de una pax sionista, es decir la paz que imponía el antiguo imperio romano sobre el osario de los pueblos dominados.

El precario acuerdo firmado después de la ofensiva en Gaza ya fue violado por las tropas israelíes disparando contra los campesinos pobres de Khuza, Jan Younis y Rafah (sur de Gaza) que araban las tierras pegadas a la frontera, un área de exclusión que Netanyahu pretende imponer a punta de fusil. Cabe destacar que apenas el 37% de las tierras de Gaza son cultivables producto de las consecuencias del bloqueo que restringe la entrada de abonos y herbicidas, mientras el consumo promedio de agua es de 40 litros por palestino contra 500 de un israelí. Asimismo, la Marina de guerra israelí tomó por asalto las embarcaciones de decenas de pescadores palestinos que fueron arrestados en las costas del mar Mediterráneo procurando su supervivencia. ¡Menos mal que la letra de la tregua contempla que los soldados israelíes no agredirían “el movimiento de personas” ni “a los residentes de las zonas fronterizas”!

Por su “anhelo de paz” el Estado sionista acaba de expulsar a 15.000 beduinos del valle del Jordán, retrotrayendo sus penurias a 1950 cuando fueron deportados de la zona del Neguev. La periodista israelí Amira Hass informó que “desde principios de 2012 Israel ha destruido 569 edificios y estructuras palestinas, incluidos pozos de agua y 178 viviendas. En total 1.014 personas se vieron afectadas por las demoliciones” (Haaretz, 23/11).

En esa frecuencia, el embajador israelí ante la ONU, Ron Prosor, afirmó que jamás en la historia el pueblo palestino fue partidario de la paz entre árabes y judíos y por eso rechazo el Plan de Partición de la ONU. Una falacia burda. En noviembre de 1947, a instancias de EE.UU. y la burocracia de la URSS, la ONU impulsó la partición de Palestina arbitrariamente, otorgando el 55% del territorio histórico a los judíos que conformaban menos de un tercio de la población que poseía el 7% de las tierras. Una provocación contra la voluntad soberana de las masas árabes y no pocos sectores judíos, armenios, turcomanos, circacianos, drusos, que integraban esa sociedad multiétnica, como mosaico de culturas otrora llamada la zona de Levante. Ya en 1937 las potencias imperialistas promovieron el primer plan de partición, cediendo el 35% de las tierras a los judíos que componían el 2% de la población, propuesta rechazada por todas las corrientes sionistas del Ischuv (instituciones del proto Estado judío en germen), con excepción de David Ben Gurión. Ante la predominante mayoría de campesinos árabes, el gran estratega del sionismo era consciente de que para construir un “Estado judío viable” era necesario establecer previamente una cabecera de playa que sirviera de ariete para conquistar otras posiciones y así “desarabizar Palestina” en un “80% del territorio histórico”, una profecía que no casualmente coincide con las dimensiones que tiene actualmente el Estado hebreo. De ese modo, el terror contra el pueblo palestino estaba inscripto en la misma génesis del Estado judío que se desarrollo mediante la limpieza étnica y un ejército de ocupación garante del colonialismo.

Lejos de toda demagogia pacifista, ¡cuánta franqueza la de Moshe Dayan, el general y dirigente laborista que entró triunfal en Jerusalén oriental y ocupó esa zona árabe tras la Guerra de los Seis Días, exclamando que “el Estado de Israel estaba destinado a librar una guerra de 1000 años” contra los pueblos árabes.

Las legítimas aspiraciones de paz entre árabes y judíos así como el derecho a la autodeterminación nacional del pueblo palestino son incompatibles con la vigencia de ese Estado racista y colonialista, un gendarme del imperialismo en guerra permanente contra los pueblos árabes oprimidos de Medio Oriente.





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