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Sábado 22 de septiembre de 2012

INTERNACIONAL

Una ola de protestas contra EE.UU. sacude al mundo musulmán

Por Claudia Cinatti


El 11/9, en un nuevo aniversario del atentado a las torres gemelas, una violenta protesta al consulado de Estados Unidos en Bengasi, Libia, terminó con el asesinato del embajador Christopher Stevens y tres funcionarios, algo que no ocurría desde el asalto a la embajada en Afganistán en 1979. Casi simultáneamente fue atacada la embajada norteamericana en el Cairo, a lo que siguieron protestas en Túnez y Yemen, con un saldo de al menos una decena de muertos y cientos de heridos por el accionar represivo de las fuerzas de seguridad. El detonante del estallido de ira fue la exhibición en internet de un video furiosamente antimusulmán, donde se ridiculiza al profeta Mahoma. El video sería parte de una película de dudosa existencia llamada “La inocencia de los musulmanes”, filmada en EE.UU., supuestamente por miembros de la derecha cristiana local y cristianos coptos egipcios. La película contó con el apoyo del pastor evangélico Terry Jones, el mismo que en 2011 organizó una quema de ejemplares del Corán, que fue respondida con una serie de atentados en Afganistán contra las tropas de ocupación.

En cuatro días, la oleada de protestas antinorteamericanas, con distinta intensidad y niveles de violencia se extendió a casi 30 países musulmanes del Medio Oriente, África y Asia, abarcando desde Marruecos hasta Bangladesh e Indonesia. Si bien en muchos países fueron manifestaciones pequeñas protagonizadas por organizaciones islamistas más radicales, principalmente salafistas (versión más rigurosa del islamismo), en países como Egipto, Túnez y Yemen, contaron con mayor participación popular, sobre todo de sectores de la juventud. En Irán y Líbano se trató de protestas de masas convocadas directamente por los gobiernos (que en Líbano responde a Hezbollah) enemigos de EE.UU. La crisis tiene final abierto. A una semana de movilizaciones no está claro si ya alcanzaron su punto culminante, o si pueden no sólo persistir y profundizarse en el mundo musulmán, sino involucrar a países occidentales, teniendo en cuenta; que una revista francesa acaba de publicar caricaturas satíricas sobre Mahoma y el islam.

Una crisis para Obama y el imperialismo

Aunque hay más dudas que certezas sobre quiénes serían los realizadores del video (se lo había atribuido un supuesto realizador israelí que terminó no existiendo) es evidente que la filmación y difusión se trató de una provocación deliberada.

Más allá de si tienen algún fundamento las teorías conspirativas que circulan y apuntan a una alianza non sancta entre la derecha republicana y cristiana de EE.UU., grupos islamistas fundamentalistas e incluso la derecha israelí que presiona para que Obama ataque militarmente a Irán, lo cierto es que no es casualidad que esta crisis estalle a menos de dos meses de las elecciones en las que Obama se juega su reelección. La respuesta del gobierno demócrata a la muerte de Stevens y al asalto a las embajadas fue doble: en el plano diplomático, trató de aplacar los ánimos para desactivar las protestas, deslindando toda responsabilidad por el video y reivindicando el rol de EE.UU. como liberador de Libia; y a la vez presionar para que los gobiernos surgidos pos “primavera árabe” actúen más decididamente para mantener a raya a las organizaciones islamistas radicalizadas. Esta respuesta política fue acompañada por un reforzamiento de la presencia militar con el envío de unidades especiales antiterroristas a Libia y Yemen y el incremento de las misiones de aviones no tripulados (drones) para proteger los intereses norteamericanos en la región.

Esto fue leído como un signo de debilidad por el candidato republicano Mitt Romney que intentó aprovechar el ataque a intereses norteamericanos para reflotar la estrategia neoconservadora, suscribir la exigencia del primer ministro israelí de atacar a Irán y presentarse como garante de la posición imperialista de EE.UU.

Lo cierto es que Obama, con otro discurso y buscando legitimidad internacional, no hizo más que continuar con la política exterior de Bush, adecuándose a la relación de fuerzas desfavorable luego de los desastres de Irak y Afganistán. Escaló la guerra política en Afganistán, ordenó el asesinato de Bin Laden, lideró “desde atrás” la intervención de la OTAN en Libia; mantiene abierta la cárcel de Guantánamo, sigue operando en Siria para lograr un cambio de régimen” favorable a sus intereses; conserva la alianza estratégica con Israel (más allá de sus diferencias con Netanyahu) y en última instancia, trata de crear las condiciones para eventualmente tener una política más ofensiva contra Irán. Es esta política imperialista y proisraelí la que despierta el odio de las masas árabes y musulmanas. Esto es lo que percibe la mayoría de la población norteamericana que, en el marco de la crisis económica, no está dispuesta a seguir apoyando aventuras guerreristas.

Un escenario convulsivo

La primavera árabe tomó por sorpresa a EE.UU., Francia y otras potencias imperialistas que durante décadas sostuvieron a las dictaduras de Ben Ali y Mubarak y en los últimos años habían estrechado lazos con Kadafi, devenido colaborador de la guerra contra el terrorismo y amigo de Bush y Berlusconi. Mediante la intervención de la OTAN en Libia, legitimada por la dirección proimperialista del Consejo Nacional de Transición, buscaron reubicarse presentándose como amigos del pueblo” para influir en el curso de los acontecimientos. Tuvieron a su favor que una de las debilidades de la primera etapa de la primavera árabe fue no haber tenido como uno de sus ejes las demandas antiimperialistas, a pesar de enfrentar regímenes agentes del imperialismo.

Las protestas contra las embajadas y otros sitios del poder norteamericano, expusieron con toda crudeza que tras la caída de los aliados más firmes de EE.UU. producto de la “primavera árabe”, no surgieron regímenes confiables que le permitan al imperialismo recomponer un sistema de dominio estable y asegurarse sus intereses geoestratégicos. Que la acción antinorteamericana más violenta haya ocurrido en Libia, donde el imperialismo actuó en común con las milicias locales durante más de seis meses para derribar a Kadafi, es la máxima expresión de esta situación volátil, y parece repetir otras experiencias en las que aliados circunstanciales de EE.UU. se vuelven luego enemigos, como ocurrió con los talibán en Afganistán.

Esta situación es más alarmante en países que juegan un rol fundamental para la estabilidad regional, como Egipto, garante del acuerdo de paz con Israel, al que EE.UU. le da 1.500 millones de dólares por año en concepto de ayuda militar.

Luego de la caída de Mubarak, la administración Obama ideó junto al ejército la “transición” hacia un régimen de democracia tutelada sobre la base del modelo turco, donde el gobierno está en manos del islamismo moderado pero las fuerzas armadas siguen siendo el pilar del régimen y garante del alineamiento con EE.UU. El gobierno de la Hermandad Musulmana, pese a no ser un aliado incondicional de EE.UU., va a favor de estos planes. Sin embargo, las contradicciones de esta política quedaron en evidencia ante la respuesta cauta del presidente egipcio M. Morsi, que si bien condenó el asesinato del embajador norteamericano en Libia y reprimió la movilización a la embajada de EE.UU. en el Cairo, no respondió como esperaba el imperialismo, entre otras cosas, porque se trata de un gobierno musulmán. Esto llevó a que Obama tratara a Egipto como un país “ni aliado ni enemigo” y que esté en cuestión la condonación de 1.000 millones de dólares sobre una deuda de 3.000 millones que Obama había prometido a Morsi.

Más allá que la bronca se expresó en términos religiosos, la principal contradicción entre el imperialismo, los gobiernos musulmanes moderados que se proponen desviar la primavera árabe y las masas explotadas no es de carácter religioso o “cultural” como presentan los grandes medios, sino que sus intereses son incompatibles con las demandas profundas democráticas y estructurales que motorizaron los levantamientos, cuyo punto más avanzado es el proceso revolucionario en Egipto. Esta contradicción está llevando a movilizaciones de masas y huelgas en Túnez, que le exigen al gobierno del partido islamista moderado Ennahda que lleve adelante las reivindicaciones populares. Mientras que en Egipto se abre una brecha entre el programa neoliberal y de colaboración con el imperialismo y el Estado sionista de la Hermandad Musulmana y las expectativas de las masas que derribaron a Mubarak y ahora buscan mejorar sus condiciones de vida, lo que dio lugar a un renacimiento de huelgas en diversos sectores, como la de los trabajadores del transporte del Cairo, aun en curso. Estas son las razones profundas que preocupan al imperialismo y a los gobiernos de desvío, que en el marco de la crisis capitalista hacen inestable cualquier salida burguesa y pueden llevar a reabrir una dinámica revolucionaria.





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