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Jueves 12 de diciembre de 2013

ARGENTINA / PARTIDO

El partido leninista como instrumento de combate

Fredy Lizarrague, dirigente nacional del PTS


El fin de semana pasado se completaron las Convenciones Regionales del PTS, 18 en total en 11 provincias del país (hubo 2 en la CABA y 7 en la Provincia de Buenos Aires). Allí se eligieron los delegados a la Convención Nacional que sesionará el próximo fin de semana. El PTS está organizando así algunos miles de militantes, entre los “viejos” y centenares de compañeros y compañeras que se están incorporando.

El debate se desarrolló en base a un documento (ya hemos expresado su contenido en LVO anteriores) y propuestas de resoluciones nacionales y de cada ciudad o provincia. El eje común fue pensar los desafíos que deja planteada la elección histórica del FIT, para apostar al desarrollo revolucionario del proceso de ruptura de sectores de la clase obrera con el kirchnerismo y el peronismo: la lucha por recuperar los sindicatos (construyendo agrupaciones clasistas que organicen al activismo obrero contra la burocracia sindical), desarrollar un parlamentarismo revolucionario, conquistar un movimiento estudiantil militante y, al calor de estos procesos, construir un gran partido de trabajadores revolucionario, socialista e internacionalista (proponiendo a las corrientes que integran el FIT un debate sobre este aspecto). En esta nota vamos a detenernos en profundizar el carácter del tipo de partido que necesitamos construir.

Partido “de masas” o partido de la vanguardia obrera con influencia de masas

En la historia de los partidos que han logrado influencia significativa como representantes de la clase obrera (dejando de lado las sectas estériles que no conquistan inserción real alguna) han existido dos tendencias predominantes: partidos “de masas”, o partidos que agrupan a la vanguardia obrera (que adoptan un programa revolucionario) que se proponen conquistar influencia de masas. La diferencia es enorme.

En el primer tipo, el caso emblemático son los partidos socialdemócratas, claramente luego de la Primera Guerra Mundial: aparatos por lo general electorales, donde los “militantes” son una base pasiva sobre todo los afiliados que colaboran de vez en cuando en la organización electoral, o participan de la “gestión” de las distintas instituciones donde actúa el partido (sindicatos, cooperativas, etc.). Estos partidos adoptaron una estrategia reformista (“socialtraidores” por el apoyo a cada burguesía imperialista en la guerra), de “educadores” graduales de la clase obrera, descartando cualquier transformación revolucionaria de la sociedad. Los Partidos Comunistas occidentales de la corriente “eurocomunista”, en la década del ’70, iniciaron este curso convergente con los socialdemócratas.

El segundo tipo de partido es el que llamamos “partido leninista” porque nos inspiramos en las lecciones de los bolcheviques que llevaron al triunfo de la Revolución Rusa, la más grandiosa revolución en la historia de la clase obrera (degenerada por la camarilla estalinista que se adueñó del poder). La III Internacional en los primeros años, y luego la IV Internacional fundada por León Trotsky, defendieron y desarrollaron aquella tradición. Se trata de partidos “comunistas” (por su programa y estrategia) que agrupan a la vanguardia de la clase obrera (como militantes activos y permanentes, decenas de miles en momentos de ascenso) y que se proponen dirigir a millones (“influencia de masas”). Son partidos que se proponen dirigir a los sindicatos y demás instituciones de “tiempos de paz” de las masas, se presentan a elecciones, pero lo hacen en la perspectiva de forjar una dirección política y fracciones revolucionarias insertas en las principales concentraciones obreras de la industria y los servicios, para desde allí dirigirse al conjunto de la clase obrera y demás sectores oprimidos de la sociedad (en la época de los bolcheviques, sobre todo los campesinos pobres, hoy los pobres urbanos), impulsar la lucha revolucionaria y, en su curso, construir organizaciones del tipo de los “concejos obreros” o “soviets” (que superen las fronteras “gremiales” y den forma al frente único de los partidos involucrados en la lucha) que se conviertan en los órganos de la revolución y del futuro gobierno de los trabajadores (que apunte a su propia extinción en la medida que se derrote al imperialismo y comience la construcción de la sociedad socialista).

Esta distinción comenzó a plantearse en 1903, en los orígenes del “bolchevismo”. Veamos cómo lo explicaba sencillamente Lenin en 1904: “no se puede, en verdad, confundir al Partido como destacamento de vanguardia de la clase obrera con toda la clase. (…) entre los elementos activos del Partido Obrero Socialdemócrata en modo alguno figurarán tan sólo las organizaciones de revolucionarios, sino toda una serie de organizaciones obreras reconocidas como organizaciones del Partido. En segundo lugar: ¿por qué motivo y en virtud de qué lógica podía deducirse, del hecho de que somos un partido de clase, la consecuencia de que no es preciso establecer una distinción entre los que integran el Partido y los que están en contacto con él? Muy al contrario: precisamente porque existen diferencias en el grado de conciencia y en el grado de actividad, es necesario establecer una diferencia en el grado de proximidad al Partido. Nosotros somos el Partido de la clase, y, por ello, casi toda la clase (y en tiempo de guerra, en época de guerra civil, la clase entera) debe actuar bajo la dirección de nuestro Partido, debe tener con nuestro Partido la ligazón más estrecha posible; pero sería (…) “seguidismo” creer que casi toda la clase o la clase entera pueda algún día, bajo el capitalismo, elevarse hasta el punto de alcanzar el grado de conciencia y de actividad de su destacamento de vanguardia, de su Partido socialdemócrata. Ningún socialdemócrata juicioso ha puesto nunca en duda que, bajo el capitalismo, ni aun la organización sindical (más rudimentaria, más asequible al grado de conciencia de las capas menos desarrolladas) esté en condiciones de englobar a toda o casi toda la clase obrera. Olvidar la diferencia que existe entre el destacamento de vanguardia y toda la masa que gravita hacia él, olvidar el deber constante que tiene el destacamento de vanguardia de elevar a capas cada vez más amplias a su avanzado nivel, sería únicamente engañarse a sí mismo, cerrar los ojos ante la inmensidad de nuestras tareas, restringir nuestras tareas. Y precisamente así se cierran los ojos y tal es el olvido que se comete cuando se borra la diferencia que existe entre los que están en contacto y los que ingresan, entre los conscientes y los activos, por una parte, y los que ayudan, por otra”. (“Un paso adelante, dos pasos atrás”).

La separación se tornó abismal en los años siguientes, sobre todo al estallar la época imperialista con sus brutales choques contrarrevolucionarios (Primera Guerra Mundial) y revolucionarios (la oleada revolucionaria de pos-guerra). En estos eventos se demostró la necesidad de un partido democráticamente centralizado, para el combate, opuesto a los partidos “de masas” adaptados a los regímenes burgueses. Tanto en las décadas siguientes, hasta la Segunda Guerra Mundial y la inmediata posguerra, así como el período de ascenso revolucionario de fines de los ’60 y ‘70s, esta distinción volvió a ponerse en evidencia, mientras surgían los “partidos ejército guerrilleros” en los países de composición predominantemente campesina.

En la actualidad, la práctica política en los regímenes democrático-burgueses presiona hacia la adopción del primer tipo de partido. Cuando la participación en las elecciones se convierte en la actividad principal (electoralismo), la tendencia es a organizar fundamentalmente a los que votan a su lista y a los que les permitan sacar más votos (y más diputados, concejales, etc.). El propagandista, en apariencia “sectario”, que quiera organizar sólo a los que tengan nivel teórico-político “aceptable”, siempre está de acuerdo en presentarse a elecciones y hacer “agitación política” (no es incompatible con el electoralista). El sindicalista necesita un aparato que lo ayude a dirigir su comisión interna, con lo cual termina también “confluyendo” con el primero. Todos tienen algo en común que los distancia sideralmente de la construcción de un partido “leninista”: su oposición a forjar verdaderas fracciones revolucionarias de militancia activa en las fábricas y empresas al calor de las más variadas experiencias de lucha y organización.

¿Cómo se forjó el leninismo?

Veamos cómo lo sintetiza Lenin en 1919:

“Por una parte, el bolchevismo surgió en 1903 sobre una base muy sólida de la teoría marxista. Lo acertado de esta teoría revolucionaria - y sólo de ella- ha sido demostrado, no sólo por la experiencia internacional durante todo el siglo XIX, sino, en particular, por la experiencia de los tanteos y vacilaciones, los errores y los desengaños del pensamiento revolucionario en Rusia. (…) Rusia llegó al marxismo -la única teoría revolucionaria acertada- a través de las angustias que padeció en el curso de medio siglo de torturas y de sacrificios inauditos, de heroísmo revolucionario nunca visto, de energía increíble, de búsquedas abnegadas, estudio, ensayos prácticos, desengaños, verificación y comparación con la experiencia europea. Gracias a la emigración provocada por el zarismo, la Rusia revolucionaria, en la segunda mitad del siglo XIX, logró una riqueza de vínculos internacionales y un excelente conocimiento de las formas y teorías del movimiento revolucionario mundial como ningún otro país.

Por otra parte, el bolchevismo, que había surgido sobre esta base teórica de granito, pasó por quince años de historia práctica (1903-1917) sin parangón en el mundo por su riqueza de experiencias. Durante esos quince años, ningún otro país conoció nada siquiera parecido a esa experiencia revolucionaria, a esa rápida y variada sucesión de distintas formas del movimiento, legal e ilegal, pacífica y violenta, clandestina y abierta, círculos locales y movimientos masas, formas parlamentarias y terroristas. En ningún país se concentró, en un tiempo tan breve, tal riqueza de formas, matices y métodos de lucha de todas las clases de la sociedad moderna, lucha que, debido al atraso del país y el rigor del yugo del zarismo, maduró con particular rapidez y asimiló con particular avidez y eficacia la "última palabra" de la experiencia política americana y europea”. (“El ‘izquierdismo’, enfermedad infantil del comunismo”)

Un partido de tipo leninista comprende y actualiza su programa, tácticas y estrategias a partir de una “base muy sólida de la teoría marxista”, poniéndola a prueba permanentemente en la práctica, siguiendo la “experiencia de los tanteos y vacilaciones, los errores y los desengaños”. Considera esencial el internacionalismo en este terreno, para lograr la “riqueza de vínculos internacionales y un excelente conocimiento de las formas y teorías del movimiento revolucionario mundial”.

Interviene en todos los terrenos de lucha (teórica, política, económica) para conquistar la más “riqueza de experiencias” y se pone a prueba en cada combate de la lucha de clases; organiza su partido sistemáticamente, actuando siempre en función de lo más avanzado de la experiencia real de los trabajadores y la juventud. Esto significa que, en el marco de un partido que debate con libertad interna pero “golpea como un solo puño” cuando interviene en la lucha de clases y en la realidad política, no hay formas fijas de organización, sino que deben adecuarse a las condiciones políticas.

La práctica del PTS apunta a desarrollar nuestra organización en ese último camino, considerando la realidad de la clase obrera (históricamente peronista) y del movimiento marxista (ajeno a sus batallones centrales de la industria y los servicios) en nuestro país. Así, nos propusimos desde nuestro origen intervenir en la clase obrera, considerando las luchas económicas como “escuelas de guerra” (Lenin). En nuestra historia, hemos logrado hitos de combate en las más diversas situaciones y “formas del movimiento”. Por nombrar los más significativos: en la “década menemista”, nuestra célula de militantes en el Astillero Río Santiago, con José Montes y Miguel Lago a la cabeza, fue clave en la lucha triunfante contra la privatización y en defensa de los delegados que el gobierno intentó despedir.

En la crisis nacional de fines de los ’90 que culminó en las jornadas revolucionarias del 2001, Raúl Godoy y los demás militantes del PTS jugaron un rol decisivo en forjar la “Agrupación Marrón” junto a compañeros independientes, que estuvo a la cabeza de la Comisión Interna de Zanon y luego del Sindicato Ceramista, sentando un hito nacional e internacional de gestión obrera frente a los cierres de fábricas, y de alianza para la lucha con los movimientos de desocupados, docentes, estatales, mapuches y estudiantes, en la provincia y a nivel nacional (asambleas piqueteras). Si el país no asistía a la recuperación capitalista a partir de mediados del 2002, las tomas de fábricas y el control obrero, con Zanon como emblema, se hubieran extendido al corazón de la clase obrera.

En el 2009, nuestra agrupación centrada en el Turno Noche de Kraft, encabezada por el Poke Hermosilla, fue vanguardia en la gran lucha contra los despidos masivos de la patronal norteamericana, y frente a la traición de la CCC/PCR, se convirtió en dirección del conjunto de la fábrica y emblema del movimiento obrero industrial combativo, en particular de la Zona Norte (en común con las internas de Donnelley, Pepsico, Lear, etc.).

Y así podríamos nombrar muchas experiencias más en cada batalla importante de la clase obrera (como las diversas luchas del Subte, donde confluimos con Claudio Dellecarbonara; las luchas de Pepsico por los contratados; la lucha emblemática de la ex Jabón Federal en el corazón de La Matanza; la defensa de los contratados y tercerizados en las automotrices de Córdoba, etc.).

Aunque el proceso de conjunto, dadas las derrotas acumuladas a nivel nacional e internacional, ha sido lento, estos jalones de intervención nos proveen una “riqueza de experiencias” que nos permiten asumir el desafío de proponernos ser parte decisiva en la creación de un verdadero partido. Sabemos que para ello falta reunir algunas decenas de miles de militantes obreros y estudiantiles, no “sueltos” sino que dirijan centenares de comisiones internas, varios sindicatos industriales y de servicios, decenas de centros y federaciones estudiantes capaces de movilizar miles de estudiantes, etc. Este partido surgirá de fusiones entre sectores de diversas tradiciones, unidos tras un programa y una estrategia revolucionaria, ya sea bajo el nombre de PTS u otro nuevo nombre. Pero la práctica presente debe preparar las condiciones para que la emergencia de ese partido sea lo más rápida y revolucionaria posible (porque surgirán conciliadores de todo tipo).

Un partido “realista”

Tener claro el norte de poner en pie un partido de combate “leninista”, permite en los momentos preparatorios como el actual, responder correctamente a los desafíos de la lucha de clases (y sus expresiones políticas) y forjar los “generales, oficiales y soldados” que serán capaces, en los momentos de lucha de clases aguda, vencer los golpes de la represión, no ceder a los “cantos de sirena” de los conciliadores, organizar a decenas de miles para dirigir a millones.

Un centroizquierdista (y muchos que se reivindican de izquierda) nos dirá que estamos delirando, que debemos ser “realistas” y preocuparnos hoy por conseguir más diputados, más comisiones internas (e incluso sindicatos), más centros de estudiantes. Un “marxista” sectario nos dirá que la clave es la formación teórico-política de los “cuadros” y no “degenerar” buscando dialogar con la experiencia real por ahora “muy limitada” de las franjas del movimiento obrero que rompen por izquierda con el gobierno, ni intentar organizar a la vanguardia obrera y estudiantil, ni ganar nuevas camadas de militantes. Un sindicalista nos dirá que lo único “posible” hoy es conquistar internas y defenderlas, incluso pelear por los sindicatos, pero que es muy difícil organizar políticamente a los trabajadores de izquierda, ni en agrupaciones clasistas ni, mucho menos, como militantes partidarios. Un activista “luchador” nos dirá que lo único que “vale la pena” es militar cuando haya luchas (grandes o pequeñas), que no hay tareas preparatorias. Todos dirán que son “realistas”.

Creemos que el presente político del país, pensándolo profundamente, muestra que esas alternativas no son “realistas”, si lo que queremos es vencer y no ser deshonrosamente derrotados. Veamos dos ejemplos.

Los motines policiales mostraron el embrión de un “partido policial” reaccionario, que no dudo es alentar los saqueos (por acción u omisión) para torcer el brazo a los gobernadores oficialistas y opositores. Los 170.000 efectivos de las policías provinciales, más los 103.000 de las demás fuerzas “de seguridad” (Federal, Gendarmería, Prefectura), constituyen los “brazos armados” de represión directa e inmediata del estado burgués, en la medida en que las Fuerzas Armadas (Ejército, Armada y Fuerza Aérea) cargan aún con la crisis histórica producto del enorme desprestigio con que salieron de la última dictadura militar (aunque el kirchnerismo viene haciendo todo lo posible para represtigiarlas). Las policías también tienen una baja “fuerza moral” producto de años de corrupción y degradación, pero las campañas “por la seguridad” de todos los partidos patronales, y estos motines, buscan represtigiarlas como “necesarias” para garantizar el orden. Si las comparamos con los millones de trabajadores y sectores populares que potencialmente pueden emprender grandes acciones históricas independientes (revolucionarias), no son una fuerza imbatible. Pero sí son una fuerza represiva nada despreciable y una “cantera” de donde saldrán grupos fachos, como ocurrió en los ’70 con la Triple A, que agrupó a las bandas que se dedicaron a asesinar luchadores obreros y populares antes del golpe, anticipando lo que luego generalizaría el genocidio.

La otra gran “proveedora” de fachos en la Triple A de los ’70 fue la burocracia sindical. Hoy su aparato es enormemente más débil que en aquellos años, pero ya la patota que asesinó a Mariano Ferreyra mostró que su “poder de fuego” sigue presente, contando con los “barrabravas” como nuevos socios.

Si las policías manejan negocios millonarios como parte de las redes de trata, narcotráfico o juego clandestino, las burocracias sindicales lo hace incluso con más “legalidad” en el manejo de las obras sociales, empresas tercerizadas, ARTs, etc. Si las primeras son parte directa del estado burgués, las segundas son agentes “para-estatales” que han copado los sindicatos y que sirven a las patronales (y a sus partidos) aplastando toda iniciativa independiente del movimiento obrero.

Por esto, todo aquel que quiera defender en serio y consecuentemente los intereses de los trabajadores y el pueblo pobre, si es “realista”, mira el presente, quiere luchar y no resignarse, debe pensar en crear “fuerzas materiales” construyendo instrumentos de lucha a la altura de nuestros enemigos.

Cuando proponemos a la Convención Nacional del PTS asumir la lucha por “recuperar los sindicatos”, somos conscientes que estamos planteando echar a la burocracia sindical, derrotar a un aparato “para-estatal” que opondrá una dura resistencia. Pero también sabemos que estamos tocando uno de los pilares del poder burgués en la Argentina, ya que si se logra derrotar y liberar la energía de la clase trabajadora, con una dirección revolucionaria a su frente, al menos en algunos sindicatos importantes, para unir las filas obreras y levantar un programa que responda también a las necesidades del pueblo pobre (trabajo, vivienda, salud), se podrá despertar el entusiasmo combativo de millones, y aumentar a su vez la crisis “moral” de las fuerzas armadas y de “seguridad”, debilitando su poder represivo. En síntesis, sin burocracia sindical, el poder del estado es mucho más débil. Por esto, la lucha por “recuperar los sindicatos” conduce, tarde o temprano, al problema del poder.

Los caminos para agrupar a la vanguardia obrera

Partiendo de la concepción “leninista” que hemos señalado, al calor del proceso de ruptura de franjas del movimiento obrero con el kirchnerismo, y de la constitución del Frente de Izquierda desde el 2011, venimos impulsando dos niveles de organización fundamentales para conquistar fracciones revolucionarias en el movimiento obrero (y estudiantil): por un lado, agrupaciones que reúnan al activismo obrero antiburocrático y clasista, que además de dirigir las internas (o luchar por ellas) aborde los grandes temas nacionales (como fue el año pasado el “parazo” del 20N, luego este año la campaña electoral del Frente de Izquierda en las PASO y en octubre, ahora son los motines policiales y saqueos). Por otro lado, con los sectores más conscientes de esas agrupaciones, los compañeros y compañeras que leen nuestra prensa y han realizado actividades políticas con nosotros, les proponemos integrarse al PTS como militantes revolucionarios conscientes. Estos últimos compañeros y compañeras son los que han participado de las convenciones regionales.

Nos proponemos crear un sistema de engranajes potencialmente poderoso, cada uno de los cuales implica distintos tipo de aliados: sindicatos/internas combativas, agrupaciones clasistas, partido revolucionario. Como el proceso de radicalización política es por ahora embrionario, nos damos objetivos parciales, como conquistar internas y sindicatos “combativos”, independientes de las distintas alas de la burocracia sindical, pero donde lucharemos por un programa de conjunto que, en la medida que se ponga en práctica y se desarrolle, llevará a conclusiones revolucionarias. El término “combativo” para el PTS tiene un significado muy preciso, ya que nos caracterizamos por asumir toda lucha hasta el final, y repudiamos el doble discurso. Por esto, también proponemos encuentros regionales de internas, delegados y activistas independientes de las distintas alas de la burocracia sindical, en la perspectiva de un gran encuentro nacional (y no creemos que sea muy “combativo” hacer alguna marcha cada 3 o 4 meses que reúnen unos pocos cientos de trabajadores –solo “miles” en los comunicados-, como hemos polemizado con los compañeros del PO).

Las agrupaciones hoy las impulsamos con todos aquellos/as que se consideran clasistas, coinciden con el programa de acción del PTS y apoyan al Frente de Izquierda en tanto alternativa política de independencia de clase. Aunque esos compañeros y compañeras no sean aún militantes del PTS, apostamos a que sean “elementos activos” de las fracciones revolucionarias que queremos construir (en el sentido que lo dice Lenin, en la cita que transcribimos arriba: “entre los elementos activos del Partido Obrero Socialdemócrata en modo alguno figurarán tan sólo las organizaciones de revolucionarios, sino toda una serie de organizaciones obreras reconocidas como organizaciones del Partido”). Desde este punto de vista, las agrupaciones tienen un carácter estratégico, junto a los equipos de militantes directamente partidarios, como forma de organización de la vanguardia obrera de cada fábrica y gremio, no como meros “auxiliares” de las internas o los delegados. Apostamos que el desarrollo de procesos de radicalización permita que esos compañeros y compañeras se conviertan en el futuro en militantes conscientes del partido, y esas agrupaciones en las “células” de un partido revolucionario.

La conquista de una nueva ubicación política en la escena nacional por parte del Frente de Izquierda, plantea un cambio revolucionario en nuestra práctica política en el movimiento obrero. Se nos plantea superar definitivamente la etapa en la cual nuestros dirigentes y militantes obreros (y las agrupaciones) hacían “política de masas” en cuanto a las luchas y discusiones “sindicales”, y propaganda (para pocos) de los problemas políticos nacionales (y más aún los internacionales).

La posibilidad de aprovechar el “parlamentarismo revolucionario” a partir de las bancas conquistadas por el FIT, nos permite sistematizar las experiencias que se vienen haciendo en distintas zonas con trabajadores industriales y de los servicios, de reuniones periódicas con los diputados del FIT para debatir los grandes temas nacionales (e internacionales). Las agrupaciones tienen razón de ser si no se limitan a discutir los problemas de la fábrica o el gremio y toman la relación con los parlamentarios como escuela de formación y elaboración política.

En el movimiento estudiantil, podemos pensar en términos similares, aunque la distancia entre las agrupaciones (que impulsen todo tipo de iniciativas para promover centros de estudiantes militantes) y el “partido” (juventud) es más “corta” dada la lucha política intensa y la posibilidad de avance ideológico más rápido de los estudiantes. Sin embargo, allí está planteado conquistar una relación estrecha con el trabajo del PTS en el movimiento obrero, no sólo en las luchas, sino en la organización cotidiana de las agrupaciones y el partido. Esta es una condición de calidad para lograr una construcción no estudiantilista, en perspectiva revolucionaria.

Si pensamos en términos de “partido leninista”, no se pueden separar estos niveles de organización. Cuadros de un “partido revolucionario” que no peleen por tener lazos orgánicos con los sectores avanzados (las agrupaciones), que no se propongan construir fracciones revolucionarias como una “fuerza material y moral” capaz de “bancar” el programa en la lucha contra nuestros enemigos, no merecen el nombre de tales.

Lucha ideológica

Para conquistar “una base muy sólida de la teoría marxista” (ver cita arriba), desde el PTS siempre hemos dado especial importancia a la lucha ideológica, un terreno que Lenin ya definió como fundamental desde el ¿Qué Hacer? hace 110 años. La crisis histórica del marxismo revolucionario, por haber quedado confundido a los ojos de las grandes masas con la monstruosa burocracia estalinista, tras el derrumbe de los ex estados obreros deformados y degenerados, plantea una sistemática pelea, contra la corriente, frente a la ideología burguesa triunfante que “naturaliza” el capitalismo descartando como “utópico” todo cambio revolucionario de la sociedad. Luchamos por recrear el marxismo y combatir las distintas expresiones de la ideología capitalista, tanto al interior de nuestra organización como en los sectores más amplios de la izquierda. Por esto, multiplicamos la ediciones del IPS Karl Marx y el CEIP León Trotsky, que durante el 2013 ya han editado 7 títulos de gran calidad; y a su vez lanzamos la revista mensual Ideas de Izquierda (6 números) junto a intelectuales que adhieren al FIT pero no tienen militancia partidaria (Grüner, Camarero, Schneider, Aizicson y otros), donde han colaborado los más importantes intelectuales de izquierda a nivel internacional (Chomsky, Eagleton, Harvey, James, etc.) y nacional (Torre, Pavlovksy, etc.), que ha logrado ganarse un lugar entre la intelectualidad (sobre todo de la izquierda) combinando temas de actualidad, investigaciones especiales y debates sobre los más diversos temas.

Nos proponemos, en esta nueva etapa, sistematizar el estudio y la formación teórico política de nuevas camadas de obreros y estudiantes, porque queremos una militancia que conozca las herramientas fundamentales del marxismo para comprender mejor la realidad, dar mejores debates internos y mejores respuestas a la apasionante tarea de dar pasos en lograr que la clase trabajadora recupere su carácter de sujeto revolucionario en lucha por una sociedad sin explotadores ni explotados.





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