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Sábado 13 de diciembre de 2014

ECONOMÍA

El petróleo conmueve a la economía mundial

Por Paula Bach


(La Izquierda Diario) El precio del crudo Brent, que actúa como valor de referencia internacional, cayó el viernes por debajo de la barrera de los 60 dólares. El crudo de Texas, precio de referencia en Estados Unidos –utilizado también como referencia en Argentina–, tocó los 61,73 dólares el barril, acercándose críticamente al valor del año 2009. Con este descenso, el Brent acumula una caída del 45% desde mediados de junio de este año.

Esta caída acumulada, aún distante del profundo retroceso en 2008, se convierte –según Financial Times–, en el tercer descenso más profundo del precio del petróleo en tres décadas. La caída del precio del crudo –que se combinó con el adelantamiento de las elecciones presidenciales griegas en las que podría ganar la coalición centroizquierdista Syriza–, provocó durante la semana fuertes oscilaciones en las bolsas del mundo, en un contexto de alta tensión financiera. La fuerte caída del valor del rublo, la devaluación del real, del peso mexicano y del bolívar venezolano, resultan consecuencias derivadas de la caída del precio del petróleo. Mientras que la caída de otras monedas, como el yen o el euro, responden a la debilidad de sus respectivas economías y a sus nuevas políticas monetarias expansivas en curso –como en Japón– o más o menos probables, como en la Eurozona. La contracara de este fenómeno es la consolidación del dólar, que continúa actuando como refugio de valor –en términos relativos– frente a la debilidad del resto, y sobre todo en momentos en los que los mercados mundiales se conmocionan.

Oferta, demanda y guerra de precios

Como se señaló acá y acá, la caída del precio del petróleo se explica en términos inmediatos por causas que tienen que ver tanto con el incremento de la oferta –asociada en especial a la producción de petróleo de esquisto o shale oil en Estados Unidos y a la guerra de precios derivada–, y por causas que tienen que ver con las perspectivas de la demanda. Esta última cuestión se encuentra asociada, por un lado, a descensos efectivos en la coyuntura, derivados de una demanda decreciente de Europa, Japón y, en menor medida, de China. Pero es fundamentalmente la expectativa de un crecimiento mundial más débil al esperado unos meses atrás, lo que hace que la oferta creciente de crudo se vuelva tendencialmente excesiva y que su precio baje.

En este contexto y visto en términos más profundos, el descenso del precio del petróleo es emergente de una guerra –aún incipiente– por la apropiación de mayores cuotas del mercado mundial. La decisión norteamericana –justamente a partir de junio– de retomar la exportación de crudo luego de 40 años, coincide al menos cronológicamente con el inicio de la tendencia bajista del precio. La decisión de Arabia Saudita –el mayor productor de crudo del mundo– en la última reunión de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), puede interpretarse como una respuesta destinada a recuperar una cuota de mercado golpeando a la producción norteamericana de esquisto que exige mayores costos. Pero incluso si se tiene en cuenta que en Estados Unidos los costos son variables según la región y que Estados Unidos es a la vez el mayor consumidor del mundo, importador y productor, la caída del precio del petróleo podría tener efectos contradictorios en la dinámica de su economía. No sucedería lo mismo en Rusia, Venezuela o Irán. Algunos analistas ven detrás de esta “guerra de precios” una política deliberada para quebrar a Rusia en el momento de mayor tensión geopolítica con Estados Unidos desde la Guerra Fría.

Consecuencias

Muchos analistas resaltan las eventuales ventajas para la economía mundial de la caída del precio del petróleo en la medida en que los países importadores, y en particular China, podrían beneficiarse reestimulando la demanda mundial. En principio y en términos de coyuntura, los efectos parecerían resultar contrarios. En un contexto de debilidad creciente de la economía de la Eurozona, que se encuentra al borde de su tercera recesión, dado el retroceso de la economía de Japón y la –por ahora– intención norteamericana de incrementar las tasas de interés a mediados del año próximo, no puede descartarse que la caída del precio del petróleo contribuya, como se vio en estos días, a una creciente inestabilidad financiera con derivaciones que podrían ser críticas.

La economía rusa, atenazada entre las sanciones norteamericanas y europeas a sus exportaciones de petróleo y gas y la caída del precio del crudo, está transformándose, naturalmente, en un nuevo foco de tensiones que echan leña al fuego al conflicto geopolítico. La economía extremadamente debilitada de Venezuela en creciente riesgo de default, puede convertirse en otro foco de riesgo para la economía mundial. En países como Brasil y Argentina las consecuencias son más contradictorias. Si ambos se benefician por la caída del precio de las importaciones petroleras, por otro lado se ponen en cuestión las inversiones que pretende atraer Brasil hacia las reservas pre-sal, y las que pretende atraer Argentina hacia Vaca Muerta. En este último caso, no obstante, los efectos se atenúan por el hecho de que parte de las inversiones se destina a extracción de shale gas que goza de mayor independencia de los precios mundiales del petróleo.

Aunque aún no pueden conocerse los efectos finales, en ambos casos se trata de apuestas estratégicas cuyo fracaso también podría contribuir a procesos de mayor inestabilidad en la economía mundial. En condiciones de debilidad estructural abiertas por la crisis de 2008, contenidas por medidas estatales que están lejos de revertir el crecimiento mundial débil y las tendencias al estancamiento, en un contexto de crecientes tensiones geopolíticas, la previsión del efecto benévolo de la caída de los precios del petróleo resulta como mínimo unilateral y por tanto ingenua. Esto no quita que, como sostienen Martin Wolf y Gabyn Davies, entre otros economistas que subrayan el aspecto reactivador de la baja del precio del petróleo (ver La caída del precio del petróleo o el hechizo del oro negro), los efectos deflacionarios de este movimiento, influyan necesariamente en las políticas de los Bancos Centrales. Las políticas monetarias expansivas se redoblaron en Japón y no puede descartarse que la Eurozona incurra en un plan de compra de bonos de deudas estatales al estilo de los planes de facilidades cuantitativas de la Reserva Federal Norteamericana.

Tampoco puede descartarse que la Fed (Reserva Federal de Estados Unidos), en un contexto de deflación progresiva o en un escenario de tensión financiera creciente, revierta su intención de subir las tasas. Pero tampoco puede ignorarse que estas medidas de los Bancos Centrales son sólo paliativas y que en términos mundiales no logran revertir la tendencia general a un crecimiento débil. Como ya dijéramos en el artículo mencionado más arriba, los economistas suelen pasar con muchas facilidad de tesis del tipo del “estancamiento secular” a su natural optimismo secular. Pero los fenómenos superficiales, como lo es el movimiento del precio del petróleo, resultan ser emergentes de procesos más profundos y por tanto son necesariamente impotentes –si un nuevo estallido financiero se evitara– para revertir por sí mismos las tendencias de largo plazo.


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